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[la cual] culmina en el instante de la agonía [de Cristo], en el que el momento de angustia es exactamente el punto de intersección de la historia y de la metahistoria; dícese asimismo que el lazo metahistórico del Padre y del Hijo es lo que realiza la superación del momento de angustia e inaugura la nueva historia concebida como obra de la salvación y como promesa de la resurrección.11 El ejercicio de la libertad, el libre albedrío cristiano que se remonta a la tentación provocada por la serpiente (sobre quien recae la culpa) y la posibilidad de decidir, conlleva la sanción en el seno de un modelo a seguir, una serie de normas de funcionamiento sagradas o profanas. La libertad en tanto desviación de un orden de terminado se torna en afrenta a los designios divinos, más allá de toda pretendida elección humana (recordemos que la decisión, el cuestionamiento lo lleva a cabo un hombre, y la mujer sólo es sujeto pasivo de esta iniciativa); en este sentido, la soberbia es el más habitual de los pecados, la ingenua pretensión de estar a la altura de Dios; a nuestro lado, al lado de Fausto, nuestro demonio personal nos susurra al oído promesas de placer y juventud que conducen, de muchos modos, a la realización del deseo (en el caso de Fausto, 11 36 Bernard Sichère, Historias del mal, p. 77. aparentemente centrado en el logos y no en la carne, en la idealización de Margarita y no en su cuerpo, aunque al cabo ambas posibilidades se confunden en una sola). Cuerpo y alma se confunden en el pacto y en su realización, en el deseo y su concreción en el mundo a partir del modo en el que, humanos al fin, somos incapaces de diferenciar ambos aspectos del ser, el transitorio y el esencial. De cualquier forma, recordemos que esta escisión entre lo carnal y lo espiritual es sólo metodológica; la tradición ortodoxa judía (en su lectura de la Tora, correspondiente al Pentateuco) rechaza el dualismo ontológico, sobre la base de que el cuerpo es creación, don, de Dios. De esta manera, en Fausto la figura de Mefistófeles es el nexo entre el deseo y la satisfacción; el adversario no es tal en tanto instrumento de la divinidad,12 y juega un papel fundamental como, en términos modernos, facilitador.Y como adversario cumple una función muy relevante, si consideramos que la oposición posibilita la acción divina, y en cierto sentido la valida: la intervención de Dios como salvaguarda del mundo de los hombres sólo tiene sentido si debe salvar a sus creaturas de otro amenazante. “En el principio fue la acción” (el verbo, la mente, la fuerza, …), escribe Goethe, y trivializa de algún modo el hacer divino al equipararlo con el actuar del diablo: de acuerdo con sus definiciones bíblicas, el Señor de las Moscas, el Padre de las Mentiras, el Señor del Caos actúa en el mundo, lo transforma. Goethe tiene cuidado en apuntar, en un prólogo que no se encontraba en la versión original, que las acciones de Mefistófeles han sido avaladas Noche de Walpurgis por Dios, a quien nada escapa; dicha adición en cierto modo contradice el sentido liberal del texto, dado que funciona como lo hizo la declaración de Cervantes de que compró en un mercado de Toledo, a un musulmán, 12 Robert Muchembled, Historia del diablo. Siglos xii-xx, p. 178.