al Hombre, con mayúscula. Su filosofía es auténtico
filosofar porque se refieren a lo universal: al Hombre,
no al hombre de este o aquel lugar, de este o aquel
tiempo. Se refieren al Hombre sin más, en el que lo
griego, francés, inglés o alemán es algo puramente
accidental. (Zea, 2001: 77)
Sin dejar de ver los aportes de Ramos, pues fue
un punto de partida, un grupo de jóvenes se atrevió a
tratar de explicar el ser del mexicano durante el breve
periodo que va de 1947 a 1952. Este grupo se nombró,
“con la petulancia de la juventud”, según Luis Villoro,
Hiperión. Sus miembros eran Emilio Uranga, Jorge
Portilla, Ricardo Guerra, Joaquín Sánchez Mcgregor,
Salvador Reyes Nevares, Fausto Vega, el mismo Luis
Villoro, y posteriormente, Leopoldo Zea. El resultado se
conformó por un número considerable de trabajos que,
en muchos casos, no ha recibido el merecido interés;
no tanto por evaluar sus alcances ni por detectar sus
deficiencias, sino por el solo hecho de ser valiosas
referencias e influencias.
En ese afán por explicarse y explicar lo que entendían
por el ser del mexicano, estos jóvenes recurrieron,
inevitablemente, a esquemas predominantemente
ontológicos. La misma tarea ya planteaba una estrategia,
aparentemente ineludible, de estas características.
Los jóvenes del Hiperión dieron por sentado
que había un ser y una cultura que se diferenciaban
(aunque compartían muchos rasgos) de otros seres
y otras culturas y que reconocían como propias de
un país: México; esta premisa les valió para internarse
en lo propio y modificar los estudios ontológicos de
amplio espectro. La revisión de la historia de México
fue uno de los recursos teóricos a los que acudieron.
En 1949, Emilio Uranga escribe su Ensayo de
una ontología del mexicano que sería la antesala de
su obra más conocida, Análisis del ser del mexicano,
de 1952. Uranga expresa inmediatamente en la
introducción su interés, y el de sus compañeros: ver
el tema del mexicano no tanto como próximo, sino
como constitutivo. El mexicano como problema
personal e íntimo (1990: 47, las cursivas son textuales).
Después de partir desde este centro de gravedad,
Uranga justifica su investigación y plantea la manera
de abordar a su ente de estudio.
Una de sus principales y más valiosas conclusiones
fue la de la accidentalidad, categoría en la que se
encuentra el mexicano: dividido por las herencias
española e indígena. La accidentalidad, además de
hacer una fuerte crítica al esquema del ser unitario,
comple to y esencial de la filosofía occidental secular,
sugiere la falta de plenitud, la insuficiencia, la zozobra
como características humanas que adquieren rasgos
peculiares en el mexicano debido a su historia. Así,
existe un vínculo indisoluble entre sujeto y devenir.
Octavio Paz, cercano al Hiperión, en El laberinto
de la soledad, de 1950, exhibe una intrincada red de
oposiciones que tiene su principio en esas dos míticas
mujeres que hemos abordado, arquetipos, sin distinción,
de fuerzas creadoras y destructoras. En el capítulo “Los
hijos de la Malinche”, encontramos los ejes discursivos más
enraizados del mito de la Malinche,‘engendros’ ilusorios
del pasado, en la cultura mexicana.
Ante todo, es la Madre. No una madre de carne
y hueso, sino una figura mítica. La Chingada
es una de las representaciones mexicanas de
la Maternidad, como la Llorona o la “sufrida
madre” mexicana que festejamos el diez de
mayo. La Chingada es la madre que ha sufrido,
metafórica o realmente, la acción corrosiva
e infamante implícita en el verbo que le da
nombre. […] es la Madre abierta, violada o
burlada por la fuerza.
[…]
Si la Chingada es una representación de la
madre violada, no me parece forzado asociarla
a la Conquista, que fue también una violación,
no solamente en el sentido histórico, sino en la
carne misma de las indias. (2004: 212, 217 y 224).
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