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núcleo las figuras de la víctima y la correspondiente del capítulo “Julián”). Es un microtexto onírico regido, a El Jaibo, en la que adquiere rasgos de maestro-líder9 en gran medida, por motivos surrealistas. De acuerdo con la voz en off del primer segmento que hemos considerado como una introducción, hay, como ya mencionamos, una separación, una frontera, entre los mundos moderno y no-moderno. Esto explica la marginalidad, el atraso, del segundo. Las personas que pertenecen a ese ambiente irían siempre a la zaga de la historia. No nos resultará extraño, pues, que los encontremos modelados por la noción de «víctimas», por el hecho de ser los olvidados, los ocultos, los no-protagonistas, los carentes, etc. Esta noción se acentúa, con más dramatismo, en el grupo de chicos que hemos estado siguiendo. Virgen-madre-prostituta El Jaibo manifiesta, cuando acaba de reintegrarse al grupo y los miembros de éste lo rodean, que la comida no era mala en la Correccional y, gracias a haberse ganado el respeto a golpes, tuvo el privilegio de escoger la mejor cama; sin embargo, con cierto gusto afirma: “Pero, pues, siempre es mejor la calle.” La libertad que les ofrece el vivir en la calle es, para casi todos ellos, una especie de valor que deben conservar. Sus lazos familiares se encuentran deteriorados en demasía y, por ende, no es fácil encontrar algún elemento que los ate a determinado círculo social diferente al que han formado; es la madre un signo que, no obstante lo anterior, posiciona a cada miembro del grupo como apartado y necesitado de esa figura ambigua: en ocasiones alcanza límites sublimes, en otras, es censurado. Pedro, de noche, llega a su casa después de que El Jaibo lo amenazara con matarlo si denuncia los hechos del artero crimen. Entra sigilosamente al cuarto en penumbras con la finalidad de no despertar a sus hermanos ni a su madre. Se acuesta y, poco después, empieza a soñar. La siguiente transcripción del sueño hace patente la presencia de variadas formaciones discursivas que nos interesan en torno a la imagen materna. La madre de Pedro se levanta de la cama, tiene puesta una bata blanca satinada. Cruza por encima de las camas del resto de sus hijos para poder llegar hasta Pedro. Del techo caen plumas blancas y, a la vez, gallinas que graznan.Afuera hay tormenta, el aire sopla fuertemente y la luz de los rayos que se filtra por las ventanas ilumina el cuarto por breves momentos. Debajo de la cama de Pedro, Julián, la infortunada víctima de El Jaibo, sangrante, se contorsiona y ríe grotescamente. Pedro se asoma y lo ve horrorizado. Cuando la madre llega Los olvidados (1950) hasta su hijo, el cual ya se ha incorporado, empiezan una conversación. La madre lo cuestiona sobre el asesinato de Julián, Pedro culpa a El Jaibo. El niño le reprocha su falta de amor para con él y ella se disculpa por el exceso de trabajo. La madre abraza a Pedro por unos segundos para, después, acostarlo en la cama. La madre, lentamente, se retira. Pedro vuelve a sentarse para preguntarle:“Mamá, mamá, ¿por qué no me dio pan el otra noche?” La mujer voltea sonriente y le entrega un trozo grande de carne cruda. Gran parte de las acciones de “El sueño de Pedro” El asesinato que comete El Jaibo desencadena guarda puntos en común con otros textos como una de las escenas más importantes de la película, algunas pinturas de la Inmaculada —una las múltiples que denominamos como “El sueño de Pedro” (final reproducciones más evidentes es La Inmaculada de 19