Agenda Cultural UdeA Junio 2013 | Page 9

ISBN 0124-0854
N º 199 Junio de 2013 en el silencio. Se tienta la oreja derecha con la punta de los dedos, levanta los ojos baldíos. Y empieza a mover la mandíbula sin ton ni son, un hábito de anciano que también adquirió durante los últimos años. De pronto, justo cuando parece más ido de la conversación, suelta una respuesta escueta:
— No, hijo, en ese caso no hubiera podido componer.
Si su padre hubiera sido sordo de nacimiento— razona Ivo a continuación—, no hubiese podido crear consonancias. Al no oír ni el acordeón de Colacho Mendoza, ni el canto de Armando Zabaleta, ni los versos de Tobías Enrique Pumarejo, ni la guitarra de Toño Brahim, ni las anécdotas del viejo Emiliano Zuleta, ni los lamentos de Lorenzo Morales, ni la bullaranga de una parranda matinal, ni las voces cantarinas de ciertas mujeres, no habría forjado su obra musical. Es cierto que a pesar de ser ciego describió hermosamente los paisajes de su región, pero tal prodigio solo fue posible porque podía aguzar el oído para dialogar con la naturaleza y conocer la opinión de los mayores. Si hubiese sido sordo no habría percibido jamás la caída de las hojas secas y, en consecuencia, no existiría El verano, esa bella canción dedicada a los árboles que lloran“ viendo rodar su vestido”. Tampoco habría notado
cómo giran“ las nubes del viento” a las que se refiere en Yo comprendo, su merengue magistral. Ni reconocido la altivez de Josefa Guerra, que lo motivó a crear el paseo La diosa coronada. De esta pieza suya— dicho sea de paso— extrajo Gabriel García Márquez el epígrafe para la novela El amor en los tiempos del cólera:
En adelanto van estos lugares: ya tienen su diosa coronada
Si hubiese sido sordo,“ las aguas claras del río Tocaimo” no habrían podido darle“ fuerzas para cantar”, ni habría llegado a su pensamiento esa“ bella melodíaaaaaaa”. En suma, no existiría Matilde Lina en su vida, ni como canción ni como recuerdo.
Desprovisto de su repertorio no lo aclamarían los folcloristas, ni lo rodearían las admiradoras, ni lo condecorarían los jerarcas de la cultura. Ningún ensayista lo compararía con Homero, ningún cantante le llamaría“ el trovador que ve con los ojos del alma”.
— Si mi papá hubiera sido sordo de nacimiento, yo no estaría aquí echando el cuento.
Sin vista y sin oído— se pregunta Ivo después—, ¿ cómo hubiera podido su padre enamorar a su madre, la difunta Helena