ISBN 0124-0854
N º 199 Junio de 2013
Ramón Pineda, foto cortesía del autor
Le llegó el turno a su cabeza. En el centro de la barbería destacaba la silla de metal. Sentado acarició su pelo que ya le llegaba a los hombros. Una carcajada seguida de“ este maricón va a llorar” lo llevó a fijarse en el militar. Su camisa sin arrugas, los botones en línea con la bragueta. Se le acercó. Pidió las tijeras y de un tajo le cortó un mechón.“ Guárdelo de recuerdo”, le dijo. El soldado barbero se encargó del resto. Afuera, en el patio, los rapados esperaban la próxima orden.
¡ Salir al patio! Armar rectángulos de 10 por 4, en orden de apellidos, en orden de estatura, en orden. ¡ Formación! Gimnasia. Sudor. ¡ El entrenamiento debe ser tan fuerte que la guerra parece un descanso! ¡ Obedezca! Recuerde soldado que usted no tiene derecho ni al aire que respira, lo tiene que pagar … 64 … 65 … 66 … ¡ Baje bien! ¡ Manos arriba, levante más el fusil! 67 … 68 … 69 … ¡ Uuff! Lo último que puso fueron las cucardas, esos escudos redondos que en las puntas del cuello representan una de las cinco armas del Ejército: Infantería, Caballería, Artillería, Ingeniería y Servicios. Se sintió extraño con ese uniforme habano, demasiado ancho para su gusto. Le pesaban las botas, le estorbaba el“ prepucio” en su cabeza recién rapada. Solo faltaba coger fibra y tener un arma larga en sus manos para reconocerse como todo un soldado de la República … de Colombia. ¡ Un, dos, tres, izquierrrrr …! ¡ Un, dos, tres, izquierrrrrr! ¡ Soldados, descansen, arrrr! Hora de la locha, hora de sacarle la americana a las botas, hora de brillar la hebilla y las cucardas, hora de ir a la Tienda del soldado. Torta dulce, gaseosa, risas. ¡ Todos a discreción! Una canción de amor, ¿ con quién estará ella? Una moneda para llamarla. Un lapicero para escribirle. Mamá trajo estas arepas de queso, están frías, pero qué rico saben. ¡ Hey lanza! ¿ Querés?