Agenda Cultural UdeA Junio 2013 | Page 21

ISBN 0124-0854
N º 199 Junio de 2013 fluyó como era costumbre. Hablábamos de ciertos temas y repetías las mismas preguntas una y otra vez.
Lo último que quisiste saber era sobre qué iba a hacer mi trabajo de grado. Con un nudo en la garganta y esperando una respuesta severa, cortante, te dije que lo haría sobre ti. Durante un segundo me preparé para el regaño respectivo. Me imaginé que dirías que era una“ patochada”( esa palabra que tanto te gustaba) por el hecho de hacerte un homenaje, en cierto sentido. Comenzaste a reaccionar. Lo primero fue una sonrisa con la que mostrabas tus dientes y, por ambos ojos, se te salieron un par de lágrimas. Te pareció muy bueno. Ayudarías en lo que fuera necesario. La conversación continuó. Con el paso de los minutos, repetiste de nuevo las preguntas que ya habías hecho, incluso la del trabajo de grado. Una vez más salieron las sonrisas, la mirada cálida y una que otra lágrima.
Otra faceta que casi nadie conoció fue tu lado dócil con tu hermano mayor, la persona que te enseñó a ser quien eras. Ustedes eran tres hijos( Alfonso, Alberto y Margarita). Sus papás fueron Isabel Ceballos y Pedro Claver Aguirre, gobernador liberal de Antioquia entre 1942 y 1944. Tu papá se murió cuando ustedes eran adolescentes. Según contabas, desde entonces Alfonso, el hermano mayor, comenzó a ejercer
cierto liderazgo en los asuntos familiares. Esta condición se afianzó con la muerte de Isabel. De los tres, Alfonso era el único que se había graduado de su carrera( medicina). Pero incluso antes de que todo esto ocurriera, tu hermano mayor era tu figura de autoridad. Siempre recordabas una historia de cuando tú y él vivían solos en Bogotá, mientras cursaban el bachillerato. Alfonso era el chico extrovertido, el que era capaz de hacer chistes y el que sabía cómo coquetearles a las mujeres.“ Yo en cambio era una güeva”, decías al rememorar tu infancia.
En esos años, eras muy tímido, no interactuabas con casi nadie y hablar con una mujer era una tarea casi imposible. Después superarías todo eso. Pero mientras tanto, el ejemplo a seguir era Alfonso. Eso o ir solo como la“ güeva” que eras. Y más de una vez aprendiste la lección. En una ocasión, un amigo sacó una caja de madera para mostrártela. Adentro tenía uno de los relojes más finos del momento. Era dorado, con una correa de cuero puro. Se lo había dado su papá. Él te dijo que lo lucieras un rato y tú, atónito, aceptaste. En ese momento, llegó Alfonso y te dijo con un tono fuerte y contundente que entregaras el reloj.“ Eso no es suyo, devuélvalo inmediatamente”, eran las palabras que recordabas. Así lo hiciste. Sin decir nada. Entregaste el reloj y te fuiste con Alfonso.