ISBN 0124-0854
N º 199 Junio de 2013
La boca en el oído. La pregunta gritada. El viejo sonríe, mueve la cabeza en sentido afirmativo.
— La hubiera olido. A mí siempre me ha gustado el olor de Matilde.—¿ A qué huele?— A jabón de baño.— Pero si usted hubiera sido sordo de nacimiento, no hubiera podido componerle la canción que le compuso.
— En ese caso, ella se hubiera quedado con su orgullo y yo sin mi canción.
Alberto Salcedo Ramos, foto cortesía del autor
siempre perspicaz, entendió eso muy pronto. Y también entendió que los hacendados de esta región feudal tratan mejor a quienes les animan sus parrandas que a quienes les ordeñan sus vacas.
Por eso Ivo no quiere seguir imaginándose lo que habría ocurrido si“ el maestro Leandro”— así le llama a veces— hubiese sido sordo de nacimiento.
— Dejemos ese tema quieto, muchacho.
— Listo, lo dejamos quieto. Pero antes déjame preguntarle a tu papá qué habría pasado si él nunca hubiera oído la voz de Matilde Lina.
***
En la casa de Matilde Lina Negrete, ubicada en el barrio Panamá de Valledupar, el sábado despunta en medio del ajetreo doméstico. Mientras ella macera el maíz en un molino artesanal, su hija Marielsy amasa las arepas. Ambas son guajiras tradicionales, de esas que se inmolan en la cocina con tal de honrar a sus hombres: esposos, hermanos, sobrinos, hijos. Invierten tanto tiempo y esfuerzo en la preparación de los alimentos, que a veces no parece que se los fueran a ofrecer a los seres humanos sino a los dioses. El maíz que muele Matilde Lina, por ejemplo, permaneció en remojo toda la noche. De ese modo la masa queda mucho más suave. Y