— Tengo un romance— Simuló arrepentimiento.
ISBN 0124-0854
—¿ De verdad?— A mi madre le encantan los chismes y nunca le ha importado que yo los escuche. Creo, además, que en ese momento consideraba que yo era su chofer y todo el mundo parece creer que los choferes son ciegos y sordos.
— Sí. Con un hombre menor que yo— admitió.
Mi madre se llevó la mano a la boca y brotó los ojos, o algo por el estilo:
—¡ No!
— Sí. Es un poco menor que yo— corrigió, sonriente.
—¿ Qué tanto?— Quiso saber mi madre.
— Dos o tres años— mintió.
— Wir singen dir in deinem Heer— repitió Verónica Franco.
— Esto de la pronunciación me parte el alma— afirmó mi madre. Sus ojos repasaban la partitura mientras dejábamos atrás el parque de los periodistas.—¿ Qué significa?
—“ Te cantamos a ti con todo nuestro poder”— leyó la traducción.
— Fascinante.— Mi madre meneó la cabeza—. ¿ Y cómo va tu romance?
—¿ Te interesa?
—¿ Me interesa? ¡ Claro que me interesa!— Se quitó los lentes para leer.
—… Bien. A él lo controlan muchísimo pero puede escaparse de vez en cuando. Es más, no voy a entrar al ensayo.
—¿ Por qué?
— Nos vamos a ver en veinte minutos, para él es más fácil a esta hora.
— No. En el apartamento.
—¿ Es bueno contigo?— Había ternura en la voz de mi madre.
— Es maravilloso.
— Te felicito. No creo que pudieras imaginar un mejor regalo de navidad— sonrió antes de ladrarme—: Me dejas y llevas a Verónica. Recuerda estar aquí muy a las cinco.
— Sí, mein führer – demostré mis adelantos en el alemán.
— Me encantan tus chistes— respondió maternal( sardónica).
Cuando bajó del carro, aceleré rumbo a Chapinero alto.
—¿ Sabes que quiero? Regalarle ropa interior.
—¿ Y qué ropa interior usa?— preguntó mi madre con malicia.
— Le gustan los bóxer.
— A este badulaque también le gustan los bóxer, se cree un modelo de Calvin Klein. Los compra, carísimos, en un almacén en Unicentro, pero este año no merece nada. Llévanos a Unicentro— ordenó.
Bogotá estaba totalmente iluminada. Entre la necesidad del alcalde de congraciarse con la gente y los entusiastas de la navidad— animados por el comercio organizado— habían convertido las avenidas en un muestrario inmenso de luces multicolores. Desde que tengo un poquito de uso de razón me molesta diciembre, me deprime esa capacidad de los seres humanos para simular que están contentos. A muchos de mis seguidores en Twitter tampoco les gusta la hipocresía navideña; a la nena que me dejó en la inmunda sí le gustaba. Hijueputable, en resumen.
julio de 2013