ISBN 0124-0854
N º 196 Marzo de 2013
El escéptico desconfía de las malas observaciones, su pensamiento es siempre crítico. Muchas personas alegan haber visto ovnis o brujas o fantasmas. Cuentan sus historias con seriedad, y muchos no mienten. Como el cerebro completa y construye y además, bajo tensión o privación de estímulos, inventa, el escéptico ve, en la narración, los huecos resanados con el“ deseo” o con el“ miedo”. El escéptico sabe que la baja probabilidad de que un evento ocurra no excluye la posibilidad de que ocurra. Los eventos improbables a lo largo de la vida se vuelven probables. La contingencia en las relaciones de causa y efecto pueden hacerlas muy difíciles de encontrar, lo que es bueno en una situación puede ser desastroso en otra. Equivocase es muy fácil, los expertos también se equivocan porque el mundo es complejo. Ser escéptico es un ejercicio de la razón, es un ejercicio de control de las emociones. Es practicar el hábito de cuestionarse si lo que se está haciendo es bueno y si lo que se cree es confiable. Es obligarse a cambiar de creencia cuando la evidencia contradice la hipótesis. Es tener la disciplina de investigar y de dar prioridad a lo que es verdad, sobre lo que queremos que sea verdad. Que no sea uno mismo el primero en decirse la mentira deseada. El escéptico no puede enseñar a sus hijos qué deben creer, sino cómo deben pensar. Los
beneficios son muchos. El beneficio más grande del conocimiento no es saber sobre algo que ya pasó, sino poder predecir lo que todavía no ha ocurrido. En un mundo tan lleno de incertidumbre, saber qué va a pasar después, qué consecuencias tiene una acción, otorga ventajas significativas al que puede hacerlo. Todos lo hacemos naturalmente, esas son las ventajas del conocimiento, y todos aprendemos, pero el conocimiento basado en la evidencia se equivoca menos en su capacidad de predecir. Si un conocimiento no se puede verificar, no es útil. Suponga que le han dicho una frase secreta que debe repetir cien veces cada día. Le aseguran que después de hacerlo bajará de peso. Ahora, se repite el experimento, pero le aseguran que usted, en vez de bajar de peso, va a ganar seguridad en sí mismo. Entonces el experimentador pregunta cómo va a saber si ha ganado seguridad en sí mismo. La respuesta es vaga, algo así como: no, usted va a sentirse más seguro. En el primer caso, solo se necesita la balanza para comprobarlo; en el segundo, no se han entregado puntos claros para calificar que demuestren la ganancia en seguridad. El escéptico experimenta con efectos que se puedan medir. Por ejemplo, toma medicinas cuya eficacia haya sido comprobada, y cuando no nota mejoría, averigua, y si nada ocurre las suspende.