ISBN 0124-0854
N º 196 Marzo de 2013 de poder y de saber sobre los sujetos. Ese resto de poder soberano está localizado en la familia,“[…] una especie de celda en cuyo interior se ejerce un poder de tipo de soberano”.
El asilo, la escuela, el taller tienen un funcionamiento disciplinario de vigilancia; en cambio, la familia se caracteriza por su individualización, por un funcionamiento de puertas para dentro, como se dice, en la que el padre ejerce“[…] un poder soberano fundado en unos lazos, compromisos y dependencia que se han establecido por matrimonio y nacimiento”; así se constituye la célula de la sociedad que pone a todos en su lugar en el sistema disciplinario: los niños en la escuela, los jóvenes en el servicio militar, los adultos en el taller, los desadaptados son devueltos a la familia y es ella la que los abandona en la indigencia o en las patologías del asilo.
Si la familia falla, como se aprecia a principios de siglo XIX, la sociedad que encontramos es la de las novelas de Charles Dickens, niños abandonados o huérfanos en pandillas delincuenciales. El sistema disciplinario inicia una cruzada para reconstituirla con medidas que refamiliaricen a la clase obrera. Se construyen barrios, que todavía existen, en las cercanías de las fábricas para que vivan en ellos los trabajadores con sus familias bien constituidas, es el modelo surgido en Inglaterra en 1835. No olvidemos que Freud nace en 1856
y que diez y seis años antes aparece todo el aparato de asistencia social para mitigar las flaquezas de la familia, iniciando una serie de sustitutos disciplinarios con referencia familiar, a la que Foucault llama la función psi.
Como la función psi nace al lado de la psiquiatría, y el joven Freud se dedica a recibir en su consultorio a los pacientes neuróticos que resisten las terapéuticas de la época, lo que causa considerable revuelo en sus familias, por sus síntomas y la rebeldía a los tratamientos,“ el nuevo tratamiento” es demandado con la esperanza, casi siempre de la familia, de que este consiga volver las cosas a la normalidad sin que muchos interroguen su pertenencia a la lista de los tratamientos, por más que Freud se aplique a diferenciarlo, y dé lugar a rechazos y disidencias.
Freud atiende los decires de sus pacientes, no hace oídos sordos a la lubricidad asociada a sus sufrimientos y la interroga, descubriendo así lo que sucede de puertas para adentro en la familia y presenta, por primera vez, sus hallazgos el 21 de abril de 1896 en una conferencia que tituló“ La etiología de la histeria”, que tuvo una gélida recepción por parte de su auditorio, la Sociedad Psiquiátrica y Neurológica de Viena, cuyos miembros no abandonaron el salón por las virtudes estilísticas del ensayo.
En una carta a su amigo Wilhelm Fliess, Freud le cuenta:“ La conferencia sobre la etiología de