ISBN 0124-0854
N º 197 Abril de 2013
En el espacio se desvanece el eco de las ocho campanadas que ha pulsado el reloj desde su torre.
Una...
Se sobresalta la primera campanada de las ocho entre la espesa oscuridad. Contra su máquina de coser, la madre también empieza a oír esas horas nocturnas, esas fieras ocho de la noche, las más agrias de su vida después de aquéllas— tres años antes— en que su marido murió en la fábrica luego de irse agotando como alcancía de pobre.
¡ Dos!
Las campanadas acompasan otra desesperación: su hijo— Juan el bueno, Juan el tímido, su san Juan Montiel- no ha regresado. Hasta hoy fue cumplido, jamás le produjo voluntariamente un dolor, ni en el parto. Por ella cumplía en la tienda oficios de aseador y mandadero. Cuando recibía su escaso jornal cada semana, silenciosamente se lo entregaba anudado en un pañuelo de color, excepto unos céntimos con destino a la lamparilla de San Rafael.
¡ Tres! la noche— Juan seguía siendo el tímido de siempre. Pero …— la madre revive la escena de las siete: el reloj había botado su última hora, cuando la humanidad de don Jenaro, caricatura de su alma, apareció con su faz prognata, sombrero blanco, saco gordiflón a rayas, pantalones negros.
¡¡ Cuatro!!
Primero asomaron las botas chirriantes; después el bastón, la panza, el bigote. Por último, el cuarto fue sólo don Jenaro. Detrás, en sombra suya, una gran desesperación espolvoreaba hasta el zarzo.
Con ojos demasiado abiertos para que en ellos cupiera el terror, Juan se levantó del sitio habitual donde cortaba piezas de tela que luego cosería su madre.
¡¡¡ Cinco!!!
— Usted tiene razón— hablaba ella—; no nos bote a la calle; mañana le... ¡ Sin luz no podemos trabajar!
— Ordené cortarla. Si no pagan mañana, ya saben.
Claro, este día no ha sido igual a otros. Una
hora antes— exactamente una, eran las siete de
Juan miraba al hombre como quien mira a un volcán que de pronto irrumpe en erupciones,