Agenda Cultural UdeA - Año 2013 ABRIL | Page 5

ISBN 0124-0854
N º 197 Abril de 2013
Hasta una hora antes— justamente una— Juan era el siempre silencioso, con ese silencio hermano de la pobreza y del grito. Mientras su madre cosía, ya muy altas las noches o en madrugadas húmedas, él ayudaba desde un rincón sin hablar palabra.
— Juan— decía ella—, debes acostarte.
— Recemos primero, madre.
Sentía deseos de llorar cuando miraba el rostro de su madre, los anteojos de carey, las sienes prematuramente blancas, aquellas fundas de tela burda, esas manos de abuela, esa boca sellada por dos amargos paréntesis. Tristeza, cariño y lástima se le fundieron para dar nuevo afecto con llanto al fondo. Pero Juan Montiel no sabría razonar, sólo un día se aventuró a romper con el diálogo su soledad como con una piedra un vidrio:
En su frase llameaba una irremediable convicción, una resignada fe que pedía a San Rafael antes que todo, antes que la salvación eterna, pagar el arrendamiento del cuchitril donde malvivían. Así no se aparecería don Jenaro en el umbral a proferir amenazas que eran ya un tic-tac desesperante.
— Tres meses y dos días de alquiler. O pagan, o tiro fuera a ustedes y sus cacharros.
— Son malos estos ricos, madre.
— También los pobres somos malos, hijo.
El joven se avergonzó ante las palabras que se extendían con suavidad azul de humo. También él era malo, tal vez de ahí provinieran aquellos miedos disfrazados de fantasmas en las noches desesperadamente largas. No, Juan Montiel nada podría decir con firmeza: sólo tenía fe.
El reloj de la iglesia suelta la tercera campanada.
El mismo traje, la misma voz, el mismo grito callado; esa monotonía de la miseria con nombre propio: don Jenaro. Un lugar común, ridículo de tanto, de tan inútilmente repetirse, y que para Juan alcanza a ser desoladamente verdadero.
El reloj queja la cuarta campanada.
Tan mínimo el milagro pedido, tan grande la necesidad. Ya en el alma suya: en la de su madre y don Jenaro ocupaba un espacio que se extendía a la mitad de su súplica. En la mala comida, en la oración, en el sueño, en los bravos silencios entre zumbar y zumbar de la máquina de coser, don Jenaro se asomaba