ISBN 0124-0854
N º 191 Septiembre de 2012 muchísimo. Además, he descubierto últimamente que tengo mucho don de observación y gran facilidad para expresarme. Desgraciadamente, estos dotes de nada me han servido hasta el presente. Algunas veces he tratado de ponerlos en evidencia delante de tía Clara y Abuelita, pero ellas no han sabido apreciarlos. Tía Clara no se ha tomado siquiera la molestia de fijarse en ellos. En cuanto a Abuelita, que como es muy vieja, tiene unas ideas atrasadísimas, sí debe haberlos tomado en consideración porque ha dicho ya por dos veces que tengo la cabeza llena de cucarachas.
Como puedes comprender ésta es una de las razones por las cuales me aburro en esta casa tan grande y tan triste, donde nadie me admira ni me comprende, y es esta necesidad de sentirme comprendida, lo que decididamente acabó de impulsarme a escribirte.
Sé muy bien que tú sí vas a comprenderme. En cuanto a mí, no siento reserva ni rubor alguno al hacerte mis más íntimas confidencias. Tienes ante mis ojos el dulce prestigio de lo que pasó para no volver más. Los secretos que a ti te diga no han de tener consecuencias desagradables en mi vida futura y, por consiguiente, sé, desde ahora, que jamás me arrepentiré de habértelos dicho. Se parecerán en nuestro porvenir a los secretos que se llevan consigo los muertos. En cuanto al cariño tan grande que pongo para escribírtelos, creo que tiene también cierto
parecido con aquel tardío florecer de nuestra ternura, cuando pensamos en los que se fueron“ para no volver”.
Te escribo en mi cuarto cuyas dos puertas he cerrado con llave. Mi cuarto es grande, claro, empapelado de azul celeste, y tiene una ventana con reja que da sobre el segundo patio de la casa. Del lado afuera de la ventana, muy pegadito a la reja, hay un naranjo, y más allá, en cada una de las otras esquinas, hay otros naranjos. Como yo he colocado mi escritorio y mi sillón muy cerca de mi ventana, mientras pienso echada atrás la cabeza contra el respaldo del sillón, o apoyada de codos sobre la blanca tabla del escritorio, estoy siempre mirando mi patio de los naranjos. Y es tanto lo que tengo pensado mirando hacia arriba, que ya conozco hasta el más mínimo detalle de la verde filigrana sobre el azul del cielo
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Teresa de la Parra( Ana Teresa Parra Sanojo) nació en París en 1889 y murió en Madrid en 1936). Escritora y periodista venezolana, se destacó por sus dos novelas, Memorias de Mamá Blanca e Ifigenia, de la cual publicamos las primeras páginas.