ISBN 0124-0854
N º 191 Septiembre de 2012 articulillo. Limítome a decir, que si esos recuerdos viven todavía en la edad senil, con más razón deben vivir en una edad, como la mía, en que se halla en plena florescencia la facultad de la Memoria que un antiguo llamaba la Custodia de todo.
II Tixtla
Mi pueblo es Tixtla, ciudad del sur de México, que se enorgullece de haber visto nacer en su seno a aquel egregio insurgente y gran padre de la patria que se llamó Vicente Guerrero. También se enorgullece de haber sido una de las poquísimas ciudades militares de la República que jamás pisaron ni los franceses, ni los imperiales, ni los reaccionarios; de modo que no han profanado sus muros ni las águilas de Napoleón III, ni el águila de Maximiliano, ni los pendones de Márquez y de Miramón. Mi pobrecilla ciudad no ha resentido, pues, ni sombra de humillación, y debe, por eso, tener algún orgullo, bien legítimo, según me parece. Este doble orgullo, en otros países daría motivo para un bello blasón. En nuestra República, al menos, debía gratificársele con una mención honorífica. Y con todo, esa ciudad suriana, a pesar de tener una población numerosa y una situación pintoresca, es pobrísima, oscura y desconocida. En las Estadísticas apenas si se la enumera; el viejo Diccionario de Alcedo le consagra sólo un
parrafillo, y el cosmógrafo Villaseñor, cuando escribió su Teatro americano a mediados del siglo XVIII, le dedicó media columna de dos hojas en que habla de ella y de Acapulco. Los congresos nacionales son los que la han distinguido más, dándole el nombre de ciudad Guerrero, en honor del grande hombre que nació allí.
III La raza. La lengua. La danza hierática
Fundada, según la tradición, por una colonia azteca llevada allí por Motecuzoma Ilhuicamina, en su guerra de conquista del Sur, se compuso en un principio de familias sacerdotales que tenían la misión de difundir la religión del Imperio entre las tribus autóctonas que poblaban aquel país. Tixtlan, Chilapam y Chilpantzinco fueron los tres centros de acción en que se apoyaron los señores de México para dominar aquella montañosa y guerrera comarca, donde opinan unos que los antiguos habitantes habían llevado una vida enteramente salvaje, y en que creen otros, que se habían refugiado algunos restos de la gran familia tolteca. Después de la conquista, algunos españoles se avecindaron en la población, los misioneros convirtieron a los habitantes al cristianismo: levantáronse pequeñas iglesias o ermitas en los lugares que habían servido de adoratorios a los indios, particularmente entre dos bosques de