ISBN 0124-0854
N º 185 Marzo de 2012 era célebre por su fealdad, como a él mismo le gustaba subrayarlo, por su mudable temperamento de aristócrata llevado al extremo de su obstinación rebelde, por sus versos estremecedores y debido a la fama de la abrumadora belleza de su mujer. Ella le había dado, en tan solo siete años de matrimonio, cuatro hijos. Así que Natalia, una aristócrata de varias generaciones, a duras penas sacaba tiempo para la vida de artificios exquisitos de la corte. Pushkin la idolatraba, lo que no le impedía cultivar su leyenda de don Juan, que no perdía ningún chance en secretas aventuras eróticas con las muchachas en flor y con las mujeres en la madurez de su belleza. La fe de Pushkin en la lealtad y en el amor de Natalia, su mujer, era absoluta.
A pesar de las malevolencias del barón Heckern, el embajador holandés a quienes algunos investigadores atribuyen una participación muy activa en una conjura para manipular los celos de Pushkin y provocar su temperamento a veces irascible, no está claro, por los documentos de la época investigados, que el duelo haya sido resultado de una conspiración en la que estuviera implicado el diplomático holandés.
El oficial francés d’ Anthès, Conde de Archiac, hijo adoptado por el Barón, había llegado en busca de suerte a San Petersburgo con cartas de recomendación para el mismo Zar, quien
inmediatamente lo hizo miembro del cuerpo de guardia de la corte de San Petersburgo. Hijo de un noble francés arruinado por la revolución francesa, ambicioso y con una manera de decir nimiedades galantes en impecable francés, era el prototipo del aventurero de buena familia y sin un centavo que, gracias a su cabeza vacía y a su apostura, se convirtió en el favorito de las damas de la corte. Heckern, un hombre ya viejo, lo adoptó y fue su padrino para introducirlo entre los más cerrados circuitos de San Petersburgo. Y si hasta entonces que el embajador holandés traficara con antigüedades y fuera homosexual no despertó suspicacias, sí lo hizo que adoptara al joven y apuesto d’ Anthès.
En los círculos en que se movían Alexander Pushkin y Natalia Goncharova, era previsible que en las rutinas sociales se hicieran amigos del barón Heckern y de su hijo adoptivo. Más aun, el embajador llevaba mensajes a Natalia Goncharova, en los que d’ Anthès manifestaba la admiración sin límite que le producía su belleza. D’ Anthès, de hecho, la asediaba en las pocas oportunidades en que Natalia asistía a los bailes de la temporada de inverno en el palacio del Zar. Con el pelo negro recogido, Natalia tenía la costumbre de asistir a estas veladas como si llevara una corona fantástica, y con los hombros blancos, muy sensuales, completamente desnudos, no dejaba de captar las docenas de miradas de los oficiales, de las damas viejas y