ISBN 0124-0854
N º 190 Agosto de 2012 jueces ni de los historiadores, sino que la sociedad puede buscarla y que el Estado debe apoyarla en esa búsqueda. Creo, entonces, que la Universidad ha abierto un espacio adecuado para ello. Habría que esperar que no se quede en un mes de meras evocaciones, sino que tratemos de ver qué nos ha pasado para, de ahí, pensar qué nos puede pasar.
Si bien es cierto que en muchos sectores sociales, políticos y académicos se hace énfasis en la lucha contra la impunidad y se entiende que habrá justicia el día que haya castigo, me parece más importante el ejercicio de la memoria como actividad colectiva, que debe poner en evidencia qué pasó, por qué pasó y de qué manera podemos evitar la repetición de la tragedia. Los juicios individuales tienen poca utilidad porque, como dice Guagliardo,“[…] los grandes juicios lo que hacen es castigar a algunos por vía judicial, para no tener que reflexionar sobre todo lo sucedido desde una perspectiva política y cultural”. 1
Luis Fernando Vélez también descreía de las funciones que tan optimistamente se le atribuyen a la pena judicial:“[ Las penas ] sirven para calmar y aplacar instintos vengadores, para tranquilizar expectativas, zozobras y conciencias y para acreditar gobiernos y ya
desde ese punto de vista están cumpliendo una innegable función psicosocial […] Las penas privativas de la libertad son ahorros de criminalidad que luego la sociedad recibe con jugosos dividendos en la misma especie …”. 2
Cuando hablamos de una persona que murió hace veinticinco años, nos ponemos en una situación muy difícil porque no podemos saber a quién vale la pena hablarle sobre él. Si a aquellos que lo conocieron para que lo recuerden, o a esa generación que no tuvo el privilegio de conocerlo. No me resisto, sin embargo, a la tentación de hacer un ligero esbozo biográfico de Luis Fernando: fue abogado de la Universidad de Antioquia, antropólogo honoris causa de esta misma casa, teólogo de la Universidad Pontificia Bolivariana, profesor de derecho en su Facultad y, al momento de su muerte, presidente del Comité Permanente de los Derechos Humanos. Fue un gran escritor y un gran conversador. Se preocupó siempre por los más débiles: los indígenas, los trabajadores, los sindicalistas, los estudiantes, los menesterosos.
Sin pruebas judiciales para avalar este juicio, sus amigos, compañeros, familiares y allegados consideramos que el detonante de su muerte fue precisamente haber tomado las riendas del