ISBN 0124-0854
N º 182 noviembre de 2011 que , cadenciosa , iba saliendo del desvencijado fuelle , transformó la frialdad de aquellos rostros incrédulos , y la estancia comenzó a impregnarse de un pegajoso aroma . La parranda apenas iniciaba .
Ery no quitaba los ojos del rostro crispado del acordeonista , sobrecogido ante lo que para él era una sublime revelación , se empoderó de su artesanal instrumento y , como dicen los entendidos , “ se fajó ”. Cabarcas , el cajero , que dormitaba a horcajadas en un viejo taburete , iba despabilando mientras con torpeza marcaba , con todo su cuerpo , el golpe rítmico de la pieza . Un furtivo repique de guacharaca lo rescató de su letargo y con un ágil movimiento de buen cajero , se integró al conjunto .
Lisandro tocó con la pasión de sus años mozos , y durante toda la interpretación , no retiró su mirada del rostro de su padre quien , expectante , lo escuchaba . Sin duda , tocaba para él . Al finalizar , la mirada húmeda de los contertulios le anticipó al acordeonista el aplauso , el abrazo , la felicitación de quienes aún no salían de su asombro .
Acordeón tornillo ’ e máquina , modelo 1910 , foto tomada de Daniel Samper Pizano y otros , Un vallenato , nueve senderos ,
Bogotá , Faldita Films , 2009
—¡ Aja ! Y este ¿ en qué tiempo aprendió a tocá ?
Vino luego La cumbia cienaguera y después Altos del Rosario y la parranda cuajó hasta el amanecer . Socarrás podía continuar en su profundo sueño , porque Lisandro se sabía la canción de moda y con eso , era suficiente . En el amanecer de aquellas pascuas , Raimundo Meza ordenó a su hermano Pribilerto viajar de inmediato a Plato , a comprar en la tienda de los turcos un acordeón para Lisandro . Así terminó el “ empautamiento ” diabólico que mantuvo en ascuas , durante meses , a los lugareños .
IV .