Agenda Cultural UdeA - Año 2011 JUNIO | Page 18

ISBN 0124-0854
N º 177 Junio de 2011 decirlo, olvidó la fórmula apenas lo tuvo enfrente:“ mataron a su papá”, dijo. El muchacho se desvaneció sobre una de las sillas del comedor y lloró largo rato hasta que decidió ir por el cadáver.
El sonido de los dos disparos que recorrió el horizonte se había escuchado antes de las seis de la tarde. Luis Pino, vecino de La Rivera, había visitado a su yerno horas antes y, hasta su despedida, los armados solo se habían interesado en comprar algunos productos. Tras el asesinato, los paramilitares se replegaron a las veredas El Llano y La Quiebra, donde asesinaron a Alcides Torres, Alberto Marín, Wilder Andrei García, y Martín Torres, quien fue encontrado debajo de la cama por sus verdugos.
A las nueve de la noche los habitantes del poblado, salvo los prisioneros del cementerio, pudieron volver a casa. Según algunos testigos, fue un ex combatiente del Frente 36 de las Farc quien determinó el número de pulsaciones que les restaban a algunos hijos de Ochalí. Aunque el terror provocó una noche de insomnio, varias familias aprovecharon la oscuridad para escapar por los solares y ocultarse en los cultivos de caña. Mientras tanto, la única calle permaneció a merced de la sombra sigilosa de los armados.
El amanecer del martes por fin dio la cara y los moradores fueron convocados de nuevo. Raquel, que hasta entonces había permanecido en ascuas, llegó hasta el atrio con el firme
propósito de salvar a su hijo. A las ocho y media de la mañana pisó las baldosas de ese balcón público, desde donde se intuye la profundidad de las cuencas que se abren entre las montañas. Desde allí identificó a Marino, amarrado y tirado en el césped.
La madre habló con el padre Cesar Peña, párroco de Ochalí quien años después fue secuestrado por un grupo guerrillero, acusado de simpatizar con los paramilitares— aún hoy se desconoce su paradero—. El cura le aconsejó que hablara con el comandante.
— Señor, ¿ por qué no les da otra oportunidad a esos muchachos? ¡ Ay!, allá está mi hijo, dijo Raquel.
— Él le trae provisiones la guerrilla y necesitamos que conteste una pregunta.
— Pero qué va a hacer si es ayudante de una escalera, como le va a decir a la gente que no.
Le rogó que le permitiera llevarle una gaseosa y que el padre lo confesara:
— Esos“ hijueputas” no necesitan nada, dijo el paramilitar.
—¿ Y si no les contesta la pregunta?, preguntó ella.
— Lo matamos. A las diez de la mañana.
Tras la sentencia, Raquel le indicó a Antonio que volvieran a la casa a buscar una manta para recoger el cadáver.