Agenda Cultural UdeA - Año 2011 JUNIO | Page 19

ISBN 0124-0854
N º 177 Junio de 2011
Minutos después, Everardo, vestido de pantalón azul y camisa a cuadros, se despidió de Nelly diciéndole que pronto volvería. Álvaro fue tras él, negándose a dejar solo a su padre.
A las once de la mañana, un estallido enmudeció a los rezanderos reunidos en la iglesia. Cuando salieron y vieron desde el atrio los cuerpos ensangrentados, Ochalí cantó su tragedia con un coro de gritos de horror.
Sentada en la banca del corredor de su casa, Raquel contó uno a uno los paramilitares que mataron a su hijo y sepultaron en la desgracia a Ochalí. Dos días después, Juan Diego Restrepo, periodista de El Colombiano, publicó las denuncias que aseguraban que los ciento ochenta hombres fueron recogidos en Cacahual por una volqueta de propiedad del municipio de San Andrés y transportados hasta una base paramilitar de San José de la Montaña.
Cuando Raquel se aseguró de haber contado al último hombre, acordó con su esposo ir por Marino y convidó a Olga para que recogiera el cadáver de Rocío Análida. Ella, contrariada, le aseguró que a su hija la habían llamado para que diera una razón, pero no para matarla. Raquel, que en la escena del atrio vio a la muchacha tirada en el piso, insistió.
Hasta los más chicos de Ochalí recuerdan la imagen: el ángel con la mano izquierda señalando el cielo y bajo sus pies los cadáveres. Los valientes que recogieron a sus
muertos, reconocieron a los hermanos Juvenal y Everardo, acusados de auxiliar a la guerrilla; a Álvaro, el futuro de Colombia, si el mundo no se acababa con el milenio; a Marino Uribe y Rocío Análida, que desde niños compartieron el camino que une sus casas; y a los cuerpos de Jhon Barrientos, Gloria Espinosa, Milena Arias y el desconocido que pidió posada a Olga.
Raquel empuñó las puntas del edredón de diapol azul y con la misma vehemencia con la que gestó en su matriz a Marino nueve meses, cargó su cadáver quinientos metros; el padre hizo lo propio del otro extremo. Sobre la calle polvorienta del parque lo descargaron, y volvieron a su casa a empacar, con el firme propósito de no regresar jamás a su pueblo. La esperanza que Olga había alimentado camino al cementerio se convirtió en un dolor agudo. A Rocío Análida no le perdonaron que se hubiera enamorado de un joven que asesinaron en mayo de 1999 por haber pertenecido a la guerrilla.
Cuando Raquel y Antonio regresaron, la escalera de la que era ayudante Marino era su carro fúnebre. Esa tarde, ciento veinte desplazados llegaron a Yarumal y aún así quienes enterraron a sus muertos allí tuvieron compañía. El tomo IV del Libro de defunciones de la parroquia de Ochalí fue abierto el 19 de enero de 2000, dice una caligrafía garabatosa. Según el libro, el padre de entonces dio sagrada sepultura a Alberto Torres; Martín Torres; Diana Arias, de catorce