II
ISBN 0124-0854
N º 177 Junio de 2011 eran el presidente Samper y no sé qué más cosas.
—¿ Pero usted no estaba aquí?
— No. Estaba en Londres, un terrenito que tengo en El Llano. Pero les había advertido a todos que la muerte iba a llegar. Después el Santo Cristo estuvo perdido, hasta que un día abrí la puerta y vi una lucecita. ¡ Ah!, qué alegría me dio. Ese día le recé para que perdonara a los que trajeron la desgracia al pueblo.
II
Antes de que la callecita se extinga en el sendero que lleva al cementerio, el padre César pellizca el murano de la camándula y anuncia el tercer padrenuestro. A cincuenta metros del panteón, la procesión se detiene. El día empieza a clarear y permite que los devotos se encuentren frente a frente con el ángel del portón. La visión del 18 de enero de 2000 llega de nuevo a la memoria de los feligreses: el ángel con la mano izquierda señalando el cielo y bajo sus pies una fila de nueve muertos bañados en sangre. El paredón del fusilamiento conserva la firma de los autores:“ Bienvenidas las Autodefensas Unidas de Colombia, siempre presentes. Berraquera y moral”.
La procesión gira, y entre avemarías y padrenuestros deshace sus pasos. El murmullo, que había empezado a arrullar a los
durmientes del parque, ahora se ha convertido en unísonas palabras de fe. Frente a la escuela, los rezanderos se encuentran con las mulas emparejadas que bajan por el camino que se desprende del pueblo, cruza el Río San Andrés y, en Cacahual, se encuentra con la única carretera de acceso a los municipios de Toledo e Ituango.
No es solo ese camino el que une a Olga Echavarría y a Raquel Jaramillo de Uribe, tampoco la cercanía de sus casas, construidas en las goteras de Ochalí. Cuando a la cocina de la casa de la primera llegan los susurros del cuarto padrenuestro, ésta ya ha molido el maíz para armar las arepas del desayuno. En casa de Raquel, en cambio, no hay quién atienda rezos desde cuando ella y su esposo abordaron el camión escalera que sirvió de carro fúnebre a su hijo. No es solo ese camino el que une a estas mujeres.
El coro sube la empinada calle que lo lleva de nuevo al atrio. Sobre el costado derecho, el zócalo de lo que otrora fue casa y próspero granero de Juvenal Torres conserva la marca de sus asesinos:“ A. U. C siempre”. Son ocho años de observar las mismas diez letras, así que a ninguno de los rezanderos sobresaltan. Antes de que Ochalí entre en su mutismo cotidiano y los devotos desaparezcan, el padre César advierte que a las seis de la tarde será la novena de la Inmaculada. Luego, la calle queda desolada.