ISBN 0124-0854
N º 178 Julio de 2011
En el vestíbulo de la casa de huéspedes todos juegan aún a las cartas; los mismos tertulianos de antes siguen escrutando el rostro del adversario o la propia jugada y ni uno solo hace el menor ademán de levantar la cara para echarle una mirada. Vuelve a su cuarto, pero su compañero no está; estará de cháchara en alguna de las habitaciones vecinas. Mientras coge su toalla del reborde de la ventana es consciente de que las medusas majadas con una piedra y untadas con sal que hay fuera siguen rezumando agua. Al fin se cambia de ropa, calza los zapatos para llevar los pies calientes, y vuelve solo a la playa.
El estruendo del oleaje. El viento es más recio, y las olas blancas y grises se suceden impetuosamente y al restallar en la orilla desparraman sobre la playa sus aguas negras. Una ola que no logra esquivar a tiempo le empapa los zapatos; alejado un corto trecho de la orilla echa a andar por la playa sumida en la oscuridad, vacía de estrellas. Al rato oye voces, voces de hombres y mujeres que hablan, y distingue tres sombras. Se detiene. Van en dos bicicletas y en la parrilla trasera de una de ellas está sentada una muchacha de cabello largo. Las ruedas se hunden en la arena y las sombras que conducen parecen hacer un gran esfuerzo. Los tres no cesan de hablar y reír; la voz de la muchacha que va sentada en la parrilla es especialmente alegre. Se detienen delante de él, afirman las bicicletas sobre los caballetes y uno de los jóvenes entrega a la muchacha la gran bolsa
que carga en su parrilla. Los dos jóvenes empiezan a desvestirse, dejando al descubierto su gran flacura, y una vez desnudos agitan los brazos y saltan y gritan sobre la playa.
—¡ Qué frío, qué frío!— gritan, mientras la muchacha ríe inconteniblemente, como si le estuviesen haciendo cosquillas.—¿ Queréis beber ahora?— pregunta la sombra de ella desde el costado de las bicicletas.
Vuelven, cogen la botella de licor que ella tiene en sus manos, beben a morro por turnos, la devuelven y corren hacia el mar.
— Aaah, aaah …— Aaah …
Restalla el oleaje, la marea sigue creciendo.
—¡ Volved pronto!— grita la muchacha con voz aguda: la única respuesta es el embate de las olas.
El débil reflejo del agua que fluye sobre la playa le permite ver el par de muletas en que se apoya la muchacha erguida al costado de las bicicletas. Noche del 22 de diciembre de 1984
Gao Xingjian( Ganzhou, China, 1940) recibió el Premio Nobel de Literatura en 2000. Algunas de sus obras más conocidas, entre novelas, cuentos, piezas de teatro y libros de ensayos son: La montaña del alma, El libro de un hombre solo, Una caña de pescar para el abuelo, La señal de alarma, La estación de autobuses, En torno a la literatura y Contra los ismos. Este cuento hace parte de Una caña de pescar para el abuelo, traducción de Laureano Ramírez, Barcelona, Ediciones del Bronce, 2003, pp. 39-44.