ISBN 0124-0854
N º 178 Julio de 2011
el alféizar de la ventana de su cuarto de la casa de huéspedes ya había majado con una piedra siete medusas después de arrancarles la boca y untarlas con sal; una vez secas, se convertirían en unos pocos pellejos apergaminados. Y ahora él también corría el riesgo de convertirse en un simple pellejo, un cadáver que ni siquiera llegaría flotando a la costa. Mejor dejarla vivir en paz.
Crece, con ello, su ansia de vida; ya no volverá a cazar medusas, y si logra llegar a la costa, tampoco volverá a bañarse en el mar. Mueve las piernas con energía, apretando el abdomen con la mano derecha; no debe dar rienda suelta a sus pensamientos, tan sólo ha de concentrarse en el ritmo regular de sus piernas. Ve el brillo de las estrellas, su resplandor maravilloso, y eso significa que se
© Catalina Montoya dirige justamente en dirección a la costa. El bulto duro del estómago ya ha desaparecido, pero él con infinita cautela sigue friccionando, aunque con ello demore su avance …
Cuando llega a la orilla y sale del agua, en la playa no hay un alma y la marea está alta. Es esta marea la que lo ha ayudado, piensa, mientras su cuerpo desnudo expuesto al viento tiembla con un frío más intenso que el que sentía cuando estaba en el agua. Se tumba boca abajo en la playa, pero la arena tampoco está tibia. Cuando al fin se incorpora, echa a correr: tiene prisa por anunciar al mundo que acaba de escapar de la muerte.