ISBN 0124-0854
N º 178 Julio de 2011 dolor se atenúa en cuanto logra relajarse un poco.
El cielo que lo cubre se ha tornado lóbrego y ceniciento. ¿ Estarán aún jugando al voleibol? Ellos son lo más importante; ¿ lo habrá visto la muchacha del bañador rojo adentrarse en el agua? ¿ Estarán oteando el mar? El punto negro situado a su espalda sobre la superficie negruzca, ¿ es una barquita o algún artilugio flotante que se ha soltado de sus amarras? Pero ¿ a quién puede importarle su paradero? En ese instante no cuenta más que consigo mismo. Puede gritar, pero frente a él tiene el estruendo monótono, incesante del oleaje, un estruendo que lo sume en la mayor de las soledades que ha conocido. Su ánimo se tambalea, pero enseguida recobra el dominio de sí mismo y al instante una corriente helada lo atraviesa de parte a parte y lo arrastra irremediablemente. El cuerpo ladeado, bracea con la mano izquierda y se cubre el estómago con la derecha y en el momento en que, sin dejar de friccionarse, mueve las piernas, siente aún el dolor, pero ahora es soportable. Comprende que sólo puede escapar de la corriente fría con la fuerza de sus piernas y que su única salvación es aguantar como sea, aguantar todo por inaguantable que le parezca. No debe pensar en la gravedad de su situación, pues por más cábalas que haga, lo cierto es que sufre una contracción de los músculos del abdomen y se halla en aguas profundas, a un kilómetro de la orilla. En realidad no sabe si se halla o no a un
kilómetro de distancia, pero tiene la sensación de que su deriva es paralela a la línea de la costa. A fuerza de piernas logra, al fin, contrarrestar el ímpetu de la corriente fría; mas ahora tiene que luchar por salir de ella si no quiere correr en un instante la misma suerte que el punto negro flotante sobre las olas, engullido por el lóbrego mar. Tiene que aguantar el dolor, mantener la calma, mover las piernas con fuerza; no puede aflojar lo más mínimo y menos aún ponerse nervioso; ha de coordinar a la perfección el movimiento de piernas con la respiración y las fricciones; no puede dejarse invadir por ningún otro pensamiento, permitirse el menor atisbo de pánico.
El sol se ha puesto muy deprisa, el mar está sumido en las sombras y ya no alcanza a ver las luces de la orilla; ni siquiera distingue la costa, la curvatura de la colina. De pronto, su pie tropieza con algo y con el sobresalto siente una convulsión, un dolor lacerante en el bajo vientre; mece con suavidad la pierna y advierte la escocedura en forma de círculo del tobillo; ha tropezado con los tentáculos de una medusa. Allí está, bajo el agua, la redondez blanca y grisácea de la criatura, como un paraguas abierto de bordes labiados ondeantes y membranosos. Podría aferrarla con la mano, arrancar la boca en que convergen los tentáculos.
En aquellos días había aprendido de los niños de la costa a cazar y a sazonar medusas. Bajo