ISBN 0124-0854
N º 183 Diciembre de 2011 deshecho y, a medio quemar, la madera del corral del mismo cerdo, las patas de la mecedora y la cabeza del caballito de madera de Didier. Paulino, con renovada borrachera, deshecho ya de su humildad característica, parecía un capataz recién nombrado, con intención de quemar sus pocas pertenencias, para reponerlas de nuevo el lunes, dando órdenes a cuanto lagarto había, con botella de aguardiente en mano y un recién adquirido sombrero vueltiao, que le vendió fiado Edgar Mosquera en doscientos mil pesos. La histeria de Yanila fue tal, que alguien le mermó al vallenato aturdidor; cogió al nuevo rico a cantaleta a un volumen similar al de los bafles, con una retahíla interminable que sólo detuvo el grito de una de las comadres quien, mirando hacia el río, dijo: ― Madre de Dios; llegó el arzobispo ‖.
Al medio día, con la asesoría del arzobispo y su comitiva, ya las inversiones llegaban a cuatro mil millones, pues Paulino había aceptado hacer una iglesia con campanario en Bagresito, remodelar y ampliar la de Vegandó, y otras cosas que no entendía para una iglesia con nombre raro en Quibdó, que valían más de trescientos millones.
Y llegaban más lanchas con amigos, primos, tíos, hermanos medios y conocidos de Paulino, con gallinas, pescado, cocos, pavos o cualquier cosa para la fiesta, que el Negro agradecía con una promesa pagadera después del lunes. Entre el tumulto, dos expatrones de Paulino, a quienes antes ni miraba a los ojos y ahora abrazaba, trataba de ― tú ‖ y les ofrecía comprar algunas fincas al precio que pidieran.
Jonathan Carvajal, Sol-los, lápiz de color y rapidógrafo de color.
A la una, cuando ya hasta el cura andaba prendido, se oyó el rugir de varios motores; primero se vio la lancha de la policía de Quibdó, luego otras dos con