N º 175 Abril de 2011 comunidades de origen no hay universidades, y si las hubiera no contarían con el personal docente certificado, entonces, se trataría de facilitarles el traslado a las ciudades para que estudiaran una disciplina científica. El resultado, también evidente, sería otra vez la colonización de sus mentes y de sus sentimientos. Hecho que dejaría satisfechos a los proponentes de tal reforma educativa: los estudiantes indígenas demostrarían su gran capacidad intelectual, aprenderían rápido el español y lograrían graduarse como lo haría cualquier otro colombiano de los estratos cero, uno y dos. Pero … al intentar regresar a sus comunidades, los estudiantes indígenas descubrirían que lo que han aprendido en la ciudad los ha alejado del universo cognitivo de su cultura, en una palabra, de su mambeadero.
Y no hablamos apenas de sus hábitos y costumbres, sino más bien de las nuevas formas de adquirir conocimiento, que debido a la presencia absorbente de la escritura, de los métodos científicos y de los medios masivos en su formación profesional en la universidad occidental, les han hecho creer que los saberes de sus mayores, de sus abuelos, han perdido validez. O que
un edificio con ascensor y parqueadero es más importante que una anáneko de palos y palmas trenzadas, en donde se hospedan varias familias y en donde se sintetiza el saber general de una cultura. Así es que una propuesta bien intencionada de nuestra república democrática provocaría la fragmentación y, tal vez, la desintegración de las culturas ancestrales que todavía existen en Colombia.
Estamos ante una encrucijada mezquina, producto de la deformación de nuestros sentidos, pre formateados por la coartada de la civilización y el desarrollo, y causante de un gravísimo error histórico: creer que sólo los que han estudiado en las universidades y, en especial, en las universidades europeas y estadounidenses pueden hacer ciencia, saben pensar y piensan bien. Todavía creemos que quienes hablan inglés son más inteligentes y más bellos que los que hablan una lengua indígena. Por tales prejuicios los profesores tradicionales de las culturas indígenas no pueden ser contratados en las universidades. Se dice que les falta un título, un papel escrito. Pero tampoco se les otorga un título doctor honoris causa, como sí se les otorga a políticos y