ISBN 0124-0854
N º 163 Marzo 2010
De ese modo, entre la permeable juventud, sobre todo, pero en general en el discurso corriente de la sociedad, se instaura una mentalidad que confunde o más bien equipara la información sobre cine, los datos, con el enjuiciamiento caprichoso a las películas, según parámetros incorporados automáticamente como los normales y que, sin embargo, son como hojas al viento, dentro de los cuales el más en boga es aquel del cinéfilo“ todoterreno”. Nunca hay en los textos de estos comentaristas, ni el más mínimo razonamiento ni una verdadera claridad sobre lo que afirman: todo lo dan por sentado. Sus frases suelen ser redondas y tajantes, y creen ser muy espontáneos, cuando sólo repiten en cada reseña una o dos de las escasas muletillas con que suelen despachar el asunto. Este tipo de personas es lo que abunda, no sólo en los periódicos de mayor tiraje, sino en colegios, oficinas y universidades, pero los“ comunicadores” se llevan la palma.
Por eso el perjuicio que provocan es colectivo, aunque tampoco cabe culparlos. Sucede que la mayoría piensa que su época y su modo de ser son“ lo que debía ser”, y por más que sueñen con una era o un sitio más“ adelantados”, tienen del pasado o de lo desconocido la idea de algo incompleto, que nunca fue actual ni es normal. Aceptan a Chaplin, pero juzgan que vivió en una época“ atrasada”, y a cualquier cine distinto al de Hollywood lo toman por un género exótico, raro. Todo hace eco de esa forma de ver el mundo, no necesariamente eurocéntrica, según la cual lo propio es un ámbito fijo y privilegiado. Así, para quien crezca en éstos, los tiempos de Boyle y Tarantino, le será muy difícil entender, como lo fue para mí en los tiempos de Spielberg, por qué habría de venir alguien a decirnos de pronto que lo que más nos marcó, lo que definió nuestros gustos, lo hizo, no por costumbre, sino por caprichoso azar, y que ese azar es un tirano que nos ciega.