Agenda Cultural UdeA - Año 2010 JUNIO | Página 11

ISBN 0124-0854
N º 166 Junio de 2010

El señor que

tocaba el acordeón

Maricela Moreno Oviedo

E

ra el último viaje; el burro ya estaba cansado, lo noté en su paso lento y en la forma como bajaba la cabeza. Llevar la carga todos los días del pozo a la casa en seis viajes de agua se había convertido en mi gran oficio. La abuela me repetía que no podía dejar un tanque vacío. No me molestaba, en el pozo siempre me encontraba a los muchachos de la escuela y nos gustaba jugar con el agua; pero en esos días, algo se robaba mi atención, andaba como atolondrado, al menos eso decía mi abuela.
El primer lunes de febrero de ese año que marcó mi vida, un señor, negro como el carbón, alto, elegante, con ropa de paño y un sombrero vueltiao, había llegado a la finca. Traía una maleta de madera y, en sus hombros, un acordeón. Yo nunca había visto uno. La profesora Marina me dijo que es un instrumento musical que se ha hecho conocer en la región, luego de un fascinante duelo en que
Óleo de Jhon Peñaloza
Francisco“ El hombre” luchó con el diablo, en medio de una carretera desolada de la Guajira, y que ganó cantando el credo al revés. También, me dijo la profe, que al ritmo del acordeón, la caja y la guacharaca, es como nacen los vallenatos.
―¿ Vallenatos, profe? Esa palabra nunca la había escuchado, me suena como a ballena. ¿ Vallenatos? ¡ Qué palabra tan rara!
― No es rara, Luis Manuel, si vas al Valle del cacique Upar, verás que allá sí la conocen, me respondió ella.
― Profe, pero eso queda tan lejos, hay que cruzar el río, montar cinco días en caballos, y me dice mi abuela que uno se puede perder en el camino y que mucha gente que se va pa’ allá, nunca regresa.