Agenda Cultural UdeA - Año 2010 JULIO | Page 27

ISBN 0124-0854
N º 167 Julio de 2010 una frontera se cierra a su paso, hasta su patria se niega a recibirla; Vicente Rocafuerte, quien para el momento fuera presidente del Ecuador, firma otro comunicado que prohíbe la estadía de Manuela Sáenz en el país, e incluso el salvoconducto firmado por su compatriota Juan José Flores, para que ella pudiera regresar a Quito, fue desatendido por el jefe de Estado ecuatoriano, quien reafirmó su decisión de hacer retornar a las viajeras, a Manuela y a sus dos esclavas, apoyado en un doloroso y calumnioso comunicado:
“(...) y por el conocimiento práctico que tengo del carácter, talentos y vicios, ambiciones y prostitución de Manuela Sáenz, ella es la llamada a reanimar la llama revolucionaria; a favor de la tranquilidad pública, me he visto en la dura necesidad de mandarle un edecán para hacerla salir de nuestro territorio, hasta tanto que la paz esté bien consolidada”( Cuervo, 1925: 213-214).
El 11 de noviembre de 1835 desembarcaron las viajeras en el puerto desde el que se miraba la única calle del poblado cubierto de calor y de un techo de polvo que dejaba adivinar la ausencia de lluvia. En Paita nunca llueve y sobre este suelo seco se instaló esta mujer con lo que le quedaba de su vida. A partir de este instante empezaron a transcurrir veintiséis años de despedidas definitivas, soledad y tristeza para quien el recuerdo de su amado no llegó a ser suficiente remedio en la cura de la herida ocasionada por su pérdida, pérdida de amor de la que
no se sobrepuso la mujer que, como el Libertador, terminó condenada a la soledad, la enfermedad y la muerte, luego de que su propia patria le negara su entrada. Los fanatismos históricos silenciaron su voz y se encargaron de hacer cenizas la memoria de una mujer activa en tiempos de la Independencia, y razón de escándalos procedentes de su desobediencia a las rígidas costumbres de la época y de su rebeldía frente a la sumisión propia de la vida femenina en atención a los postulados patriarcales.
Desde su nacimiento, el rechazo hizo presencia en la vida de Manuela Saénz. El desconocimiento de su registro bautismal fue el primer repudio social que recibió; la marca más clara de exclusión para quien apenas ingresa al mundo. Segregación que demuestra, además, el mundo de prejuicios que hacían parte de la sociedad quiteña y el papel decisivo de la iglesia al tomar o rechazar las almas que le eran presentadas. La paradoja surgió en el momento del bautizo de la hija expósita: el rito religioso se cumple, pero el reconocimiento se niega. Discriminación que Manuela se propuso domeñar a lo largo de su vida, reivindicación tras la que se movió esta mujer durante toda su vida. Ella luchó, no para ser tenida en cuenta como católica, sino como hija de Quito.
También la adversidad marcó la vida de Manuela. Perdió a su madre a menos de un mes de nacida y, en consecuencia, fue llevada al monasterio de la Concepción, lugar donde don