ISBN 0124-0854
N º 168 Agosto de 2010
La anti-ciudad se opone al concepto de lugar como espacio referencial y de memoria. Es la pérdida de centro, tanto en términos geográficos como simbólicos. La centralidad como un denso entramado de actividades y de relaciones múltiples se va diluyendo en función de una red de flujos sin nodos que los articulen. Desde el punto de vista social, disminuye o desaparece el contacto entre las personas, para quienes las nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicaciones— TIC— ejercen una labor de intermediación y, en no pocas oportunidades, crean una espacialidad virtual, muchas veces más real o dinámica que los espacios íntimos del hogar o los colectivos, como el trabajo.
Las nuevas relaciones sociales ya no se dan directamente entre seres humanos, cara a cara y mirándose a los ojos como condición para transmitir emociones o sensaciones, sino entre los individuos a través de los aparatos electrónicos. La noción de lugar bajo estas circunstancias está representada en los mundos virtuales, mientras que el espacio propiamente dicho retoma su condición instrumental como mercancía que produce y reproduce rentas inmobiliarias, fuerza de trabajo y capital. En este sentido, los espacios se construyen cada vez más por lo que representan en términos de su funcionalidad, en detrimento de los valores asociados al elevamiento constante de la calidad de vida o como transmisores de cultura, civilidad y ciudadanía.
Las autopistas expresas, la apertura de calles para la movilidad vehicular como bases fundamentales de la expansión urbana, los conjuntos habitacionales privados y los edificios cerrados al contacto con la calle, los proyectos inmobiliarios emprendidos con criterios
Plaza principal de La Défense, París, imagen archivo de Luis Fernando Acebedo
de rentabilidad, más que de necesidad, el centro comercial o el parque temático como espacios privados para uso público, o el espacio público destinado, administrado y usufructuado por los particulares, todo ello es expresión del reino del artificio y la individualidad. La ciudad ya no se puede percibir en su totalidad, sino en sus fragmentos. No se habita en una ciudad, sino en un sector de ella. El resto es el territorio de“ los otros” que debe ser atravesado, mas nunca recorrido.
Pero no solo los espacios llamados“ globales” o de“ talla mundial” comienzan a adquirir estas características; también las tienen algunos de los nuevos espacios públicos construidos en aquellos barrios de nuestras ciudades donde la violencia no cede. Parecen ser la expresión de un espacio-tiempo alterado, o mejor de un espacio sin tiempo en donde no logran diluirse las fronteras entre la pobreza desesperanzadora, conflictiva y retadora, de las mínimas espacialidades íntimas con las intervenciones asépticas de puertas para afuera, que parecen advertir sobre una modernización en la