ISBN 0124-0854
N º 159 Octubre de 2009
— El científico europeo cree descubrir de nuevo a América. Pero aquí están sus dueños— dije para consolarlo—. A usted que pertenece a la nobleza del nuevo continente.
Sentía su atención puesta en los barrotes por donde entraba mi voz, desde el interior de la torre su respiración me llegaba a través del muro.
— No desespere. Le corresponde describir las riquezas del Reyno. Es tanto una obligación, como un derecho...
Un hondo suspiro me llegó del otro lado de la ventana, alentada por la señal continué:
— Fue por celos que Alexander prefirió dejarlo en Santa Fe. Temía encontrar un rival que le superara en talento.
Al fin escuché su voz y su tono ganaba en firmeza a medida que se desahogaba:
— Usted lo debe saber. ¡ Me han cambiado por un joven ignorante, sin principios y disipado! ¿ O acaso no lo conoce? Hablo del hijo del Marqués de Selva Alegre. Al preferirlo el Barón ha dado gusto a sus caprichos, su carácter locuaz ha estado del lado del sibarita que los acompañará en el viaje. Sé que mi conducta severa y tranquila no es del gusto de su científico— remarcó con rencor.
—¡ Ce tromper! Alexander y yo …— alcancé a decir cuando me interrumpió—.
—¿ Cómo puede un hombre como él sentirse satisfecho con un joven que no sabe sumar ni conoce un ángulo? Cuando él me habló de los placeres le mostré disgusto … No sé por qué le cuento todo esto...— Calló por un rato y continuó con desaliento— Mis padres oprimieron mis pasiones y los años aumentaron cierto gusto por la pureza, ese es el disgusto que tiene el señor Alexander por mi compañía.
— No podrá usted culpar de todo a Alexander— dije luego de una pausa—. Somos un cuerpo y le damos gusto a los sentidos no sólo cuando conocemos, sino también cuando amamos.
— En el prusiano, señora, reina el amor impuro. Está ciego por pasiones vergonzosas y con sus actos ofende a Newton, un científico que por dedicarse a la