N º 154 Mayo de 2009
ISBN 0124-0854
N º 154 Mayo de 2009
amor , los reencuentros , el olvido , las ausencias , los besos , la soledad , las rosas , la música , el mar , las gaviotas , las lágrimas .
Cuando , al comienzo de los años cuarenta , Meira Delmar escribió aquellas páginas primiciales , se prolongaba en algu nos poetas hispanoamericanos el ejemplo que Juan Ramón Jiménez había dado a sus discípulos españoles de la gene ración de 1927 . Eran diversas las propensiones que de su magisterio se derivaban . Así , lo vital y lo lírico volvieron a fundirse muchas veces hasta hacerse inseparables . El dominio de la espiritualidad se manifestó , de otro lado , junto con la desnudez y la exclusión de elementos superfluos al poema . En un consecuente afán de concentración , cualquier palabra quería llegar a ser esencial , significativa , precisa (“¡ Inteligencia , dame / el nombre exacto de las cosas !”). Imperaba asimismo una tendencia a reducir todo valor poético a la pura sensación : quería verse y sentirse a las cosas como matices , como uniones fugaces de diferentes impresiones . Seguía aspirándose también , lo que fue legado del simbolismo , a una vaga comunicación de lo inefable .
Era de todos modos compleja la lección del maestro de Moguer , y sus seguidores se orientaron en una u otra de aquellas tentativas , modificándolas y añadiendo cada uno lo que su particular ambición y personal estilo le insinuaban , hasta , incluso contradiciendo , imponer como logro definidor la individualidad y el posterior desarrollo de su carácter . De tal manera se hizo patente una gran diversidad de acentos poéticos que originariamente se habían beneficiado , en la lectura de Juan Ramón Jiménez , de estímulos comunes .
El ejemplo más extendido en la poesía colombiana , Piedra y Cielo , es indispensable dilucidarlo , no provendría mayormente del propio autor de Eternidades o La estacion total , cuyos libros de corto tiraje serían casi rareza en los estantes de nuestras librerías , sino que se fijó en los poetas del 27 , desde Pedro Salinas , Jorge Guillén y Gerardo Diego hasta Rafael Alberti . Vino más tarde la incitación que trajeron lenguajes vinculados al movimiento surrealista , como los de Vicente Aleixandre y Luis Cernuda . El Romancero gitano de Lorca fue caso aparte : su influjo se atrevió años atrás , aun en la misma generación de Los Nuevos .
Ese estímulo de los poetas del 27 fue notable para la evolución de nuestra poesía , resentida hasta entonces , con escasas excepciones , de manías altisonantes y conceptuales : del mal Modernismo había heredado preferentemente su afición a lo ornamental y a lo verboso . Hasta llegó a pensarse que el mejor poema era el que prosódicamente , torrencialmente , argumentara más y mayores ideas , como en algunos paradigmas del siglo xix . Se apoyaban algunos en este recla mo ensalzando una tradición pretendidamente humanista , de extravíos eruditos y fatigantes reminiscencias culturales . Pero ya Mallarmé lo había prevenido : “ No es con ideas como se hacen los versos , sino con palabras ”. El