Agenda Cultural UdeA - Año 2009 DICIEMBRE | Page 3

ISBN 0124-0854
N º 161 Diciembre 2009
vela del brazo alto y con ella se encendían dos velas; cada día se aumentaba una vela, hasta que el octavo día se completaban ocho. Era un espectáculo hermoso. El resplandor de la Janukía y el del rostro de la abuela eran uno. Había solemnidad en sus gestos cuando llevaba a cabo el ritual del encendido, inmediatamente después de la puesta del sol. Algo se tocaba en mí con profundidad. Siempre recuerdo su nariz sobresaliendo a la mantilla con que cubría su cabeza, sus ojos cerrados y el susurro en que pronunciaba la oración, como si fuera un secreto entre ella y Dios. Y yo no entendía nada cuando evocaba con devoción el suceso del templo de Jerusalén:“ Un gran milagro ocurrió allá”, y miraba la Janukía encendida como si tuviera con ella una complicidad antigua que la remontaba al año 165 a. C., cuando después del triunfo de los Macabeos el aceite para un día mantuvo las velas encendidas durante ocho, en el Templo de Jerusalén. Después pasábamos a comer las sufganiot 2, preparadas por ella para la ocasión. Y antes de que mis primos y yo nos abalanzáramos a coger las bolitas de masa rellenas de mermelada, la abuela advertía:“ De a cuatro para cada uno”.
Mi mamá, la hija de la abuela, observaba las fiestas importantes del judaísmo. Tenía siempre especial cuidado en hacer las cosas como la abuela, como si lo esencial fuera la repetición, y no la celebración. Pero Jánuka no se celebraba en mi casa. Ni siquiera había Janukía. Nunca supe el porqué. Tal vez porque diciembre era la época de más trabajo en el almacén de mis papás. Entonces, tampoco había los regalos que era costumbre dar a los niños. Mis amigas judías tenían regalos en diciembre, por Jánuka.