N º 153 Abril de 2009
ISBN 0124-0854
N º 153 Abril de 2009
haber firmado una carta escrita por la señora esposa del más encumbrado, ilustrado y poderoso señor de aquellas tierras, carta en la cual se pedía al obispo de la capital de la provincia que solicitara la beatificación en vida del reverendo Casimiro.
Un rato largo, con los nudillos de las manos saliéndose casi de la piel y mirando con las cuencas negrísimas, estuvo el sacerdote antes de comenzar su sermón, ese sermón que crearía una catástrofe y dejaría sin párroco y sin gente al pueblo y, lo peor de todo, al demonio entronizado en la iglesia.
– Vanidad de vanidades y todo es vanidad y aflicción de espíritu –, comenzó diciendo con una voz entrecortada y quejumbrosa. Pero casi inmediatamente y, a partir de un estremecimiento que le salía del alma, gritó: – ¡ Nada de lo que vemos, tocamos, sentimos y oímos es cierto! ¡ Todo es mentira! El diablo nos hace creer que este púlpito es púlpito, que yo soy yo, que ustedes son ustedes, que este pueblo es este pueblo, este país este país, y ese Dios que ustedes creen que reposa en el sagrario no es Dios, es el mismo diablo.
La trifulca fue espantosa. Aullaban oraciones las viejas, se revolcaban las preñadas, huyeron los niños y algunos de los peones más forzudos terminaron por subir al púlpito para bajarlo. Cuál no sería la sorpresa de esos peones al constatar que una pluma pesaba más que el padre Casimiro y al sentir que sus callosas manos se juntaban unas con otras, como si solo hubiera aire adentro de la sotana.
En el altar siguió gritando, mientras señalaba la imagen del señor:
– Él no es Él, es el otro; el altar no es el altar, es el catafalco de la realidad; esta iglesia es idéntica a la real, pero fabricada por Satanás; el aire no es el aire, respiramos otra sustancia; el suelo no es el suelo, es un falso andamio sobre el abismo sin fondo; todo es nada y nada es todo. Lo amordazaron, le pusieron una camisa de fuerza improvisada con una sábana y lo encerraron en la sacristía, donde se negó a recibir alimento o agua y sólo movía la cabeza, con los ojos enrojecidos, girando en el fondo de las profundas órbitas.
Lo que la gente no sabía y explicó después, por la televisión, un teólogo, es que la vida de este santo al revés, santo endemoniado, cuya santidad consistía, justamente, en haber dejado, con infinita resignación y sacrificio, que el demonio, en el cual ya nadie creía – para gran perjuicio de la Iglesia, pues sin castigo el pecado se pasea – se manifestara a través de él, convertido en una especie de urna de vidrio, la vida de este siervo de Dios y del otro – caso ejemplar – estuvo signada por su nombre: casi vivo, casi veo, casi oigo, casi muero, casi vengo, casi voy, casi soy, casi no soy, y así, hasta la consumación de