ISBN 0124-0854
N º 148 Octubre 2008
En síntesis, todo el que llega a la Ciudad Universitaria siente que lo estaban esperando y se da cuenta al instante de que lo que allí hay es una concentración de amigos. Por eso hay estudiantes que no dicen ― vamos pa‘ la Universidad ‖, sino que muy tranquilamente dicen ― vamos pa‘ la finca ‖. Cuando yo escuché esa expresión en boca de los muchachos, me emocioné mucho. Y es que frente a todo ese tráfago del centro de Medellín, llegar al ambiente de la Ciudad Universitaria es sentirse en un medio armonioso del que uno no quisiera salir.
En el caso particular mío, como yo era el único arquitecto que no pertenecía a ninguna de las firmas responsables del proyecto, las cuales eran Fajardo Vélez, Ingeniería y Construcciones, Posada Gutiérrez y Habitar, tuve la oportunidad de disponer de todo mi tiempo y por eso estuve radicado en la Ciudad Universitaria durante cinco años, viéndola crecer, junto con una persona muy sensible, y a la vez un dibujante excepcional, con la que tuve la fortuna de contar, Leopoldo Longas, hijo del maestro Longas. Con él pasé muchas jornadas de trabajo entre las ocho de la mañana y las siete de la noche sin darnos cuenta de que el tiempo transcurría. Y muchas veces en la noche me iba para donde Rodrigo Arenas Betancourt, con quien me ligaba una gran amistad. Él tenía el taller en la parte de atrás de la
Facultad Nacional de Salud Pública, donde hoy está la SIU. El taller era un caserón antiguo. Allí fueron fundidas varias de sus obras, entre ellas El hombre creador de energía y el Cristo cayendo que hoy son símbolos de la Universidad, lo mismo que los catorce jinetes y los caballos de la escultura que hoy está en el monumento del Pantano de Vargas. En ese taller también tomé mucho aguardiente con Rodrigo.
Y, a propósito de Rodrigo y su obra, como también del maestro Pedro Nel Gómez, un tema infaltable en la Ciudad Universitaria es el de la arquitectura en comunidad con el arte y en comunidad con el ambiente universitario. La raíz de ello está en el Renacimiento italiano. Todas las obras, como por ejemplo los palacios y las plazas, siempre tuvieron la integración de la arquitectura, la escultura y la pintura. El medio lo exigía. Era el renacer de los valores clásicos, en cuyo centro estaba el ser humano. Entonces todo debía ser amable para el hombre y todo le debía aportar valores que contribuyeran a su formación.
Hay un detalle muy simpático de una charla que le oí al doctor Luis López de Mesa. ―¿ Saben cómo se formaba un griego?— preguntó el doctor López de Mesa al auditorio, y a renglón seguido dio la explicación—: El niño griego salía de su casa en dirección a la plaza pública, al ágora. En su recorrido ve a un hombre