Agenda Cultural UdeA - Año 2008 OCTUBRE | Page 10

ISBN 0124-0854
N º 148 Octubre 2008 sentado en el suelo con un farol y diciendo cosas que el niño no entiende pero que le inquietan por la figura de la persona que las dice y por las caras de los oyentes. El niño pregunta: ‗¿ y quién es ese señor?‘ Y alguien le responde: ‗ Ése es Diógenes, el filósofo‘. En otra esquina, el niño pregunta por la identidad de otro hombre que discute, interroga e increpa a un grupo de personas: ‗¿ y quién es ése?‘ Y alguien le responde: ‗ Ese es Sócrates, otro filósofo‘. Más adelante, el niño se arrima a un taller donde tocan música, están pintando y esculpiendo obras de arte. ‗¿ Y quién es ése señor?‘ Y alguien le responde: ‗ Ese es Praxíteles, el escultor, en compañía de sus discípulos‘. Inquieto por todo lo que ha visto y oído, el niño regresa a casa. ‗¿ Y quién es ése niño?‘, es la pregunta que se puede hacer cualquier persona. ‗ Un griego, es la respuesta simple y llana. Un griego en el pleno sentido de la palabra‘‖.
Con esta anécdota, el profesor López de Mesa explicaba cómo el ambiente social contribuye a la educación y a la formación del ciudadano.
Cuando la revolución triunfó en México y el escritor y político José Vasconcelos asumió el Ministerio de Educación, aceptó el planteamiento de los artistas de que el medio debe educar al ciudadano. Así fue como se inició allí la incorporación del arte a los centros educativos y a las plazas públicas
que, más adelante, en la década de los años cincuenta, se hizo más palpable debido a que los artistas, liderados por Rivera, lograron que los arquitectos revivieran aquel viejo principio de que la educación y el arte se viven y se sienten con más intensidad en el contexto público y no en el ambiente cerrado del aula y del museo.
Aquí entre nosotros, ese fue el criterio que operó con las obras de Arenas Betancourt y de Pedro Nel Gómez. Ellos se entusiasmaron bastante con el proyecto de la Ciudad Universitaria y ninguno tuvo como propósito ganar grandes sumas de dinero, al punto de que Rodrigo trabajó como empleado de la propia Universidad.
Estoy convencido de que no hay en Colombia, o por lo menos no la conozco, una obra que se pueda equiparar con la Ciudad Universitaria, desde el punto de vista de la concepción arquitectónica. Recuerdo que el poeta Amílcar U., al regresar una vez de Estados Unidos, se encontró conmigo en un restaurante de acá de Medellín y al verme me manifestó con mucha emoción que quería felicitarme porque un norteamericano le había dicho en San Francisco que en Medellín había conocido la universidad más impresionante y conmovedora, y que más que una universidad se parecía a un lamasterio. ―¿ Quién hizo eso tan bello?‖, fue la pregunta del gringo. ― Yo creo que eso lo hicieron arquitectos de allá ‖, respondió