Agenda Cultural UdeA - Año 2008 FEBRERO | Seite 11

ISBN 0124-0854
N º 140 Febrero 2008 más sabio les narra. La moza casadera borda en la ventana o cose a la sombra de algún árbol, cantando el aire en boga, mientras el novio, de paso o de plantón, le hace caras desde la esquina. Grandes y chicos comen tranquilos, sentados en los quicios o en los andenes, sin que les dé vergüenza la pobreza de su alimento.
Sin que estos cuadros tengan el pergenio amoral de una tolda de gitanos ni la simplicidad primitiva de un aduar bíblico, todo lo doméstico sale a la escena. Las mujeres lavan sus ropas en el arroyo cercano y las tienden en las bardas o en la penca espinosa que las pincha sin romperlas y las asegura contra los vendavales. Los varones, saliva va, saliva viene, retuercen su cabuya en la pierna, a la sombra del alero exterior, y allí remiendan sus costales, aparejan sus animalejos, les cargan o les uncen a sus carros. Las muchachas mondan plátanos o legumbres en la fuente de la esquina, llenan sus pucheros e hinchan sus calabazos. Las cluecas, enloquecidas por la maternidad, escarban con su prole lo sano y lo perverso. Gime el cerdo de engorde; en la añoranza de su condumio, revolcándose en lo que pueda; mientras el perro, tirado al sol, rasca pulgas, caza moscas, le ladra a algún intruso y suspira por la galguita melindrosa de la hetaira vecina, una de esas perritas de moño y cascabel que se llaman Violeta o Zazá o Miñón. Y para que este enumerar zoológico se parezca más, todavía, al de la citolegia
cristiana de mis verdes años, habrá de apuntarse aquí, por vía de remate, que“ los gansos graznan y sus plumas sirven para escribir”.
Los ventorros de esos parajes, fabricados casi todos con cajones viejos y cañabrava, son para documentar al más prolijo. Madres que, a fuerza de argucias y andróminas, logran sacar un diario lo mejor posible; mendigas calzadas que lloriquean si no les rebajan en el chico de maíz; viejas tomatragos, que hacen señas, ponen la moneda, tapan el vasito contra la palma de la mano, lo esconden bajo el pañolón y se van a libarle al rincón más discreto y sigiloso.
¿ Y los que llegan de jarana? ¡ Ay, mi blanco! Si traen la rumbosa, tiene que tomar hasta el Patasola.“¡ Es con gusto!”“¡ Si no toma se lo tiro en la cara!” Por fortuna que el Patasola nunca desprecia. Si llegan con la camorrista, ¡ qué epopeyas! Andan de pared a pared; no pueden con los calzones; pero se abren de patas, manotean blandengues, y, entre babeos y tartajeos, entre lacrimosos y coléricos, se enrostran las mutuas ofensas y se mientan las respectivas madres. Comparecen las trincas de mocosuelos. Traen palomos, conseguidos sabe Dios cómo. Un trueque por comestibles. Y cómo se atracan aquellas criaturas de panela con bizcochos, de aguacates con panojas de maíz niño. Y cómo se acomodan, encima, las grosuras del mangarracho y los