ISBN 0124-0854
N º 148 Octubre 2008 otras como reflejo de fenómenos como el narcotráfico, sin desconocer que en ocasiones uno y otro se cruzan y se afectan mutuamente.
Precisamente, en medio de tales flagelos, cuando no a pesar de los mismos, un deporte como el fútbol ha ofrecido la posibilidad de que amplios sectores sociales( algunos de ellos enfrentados en otros escenarios de la vida diaria), puedan reencontrarse y darse la necesaria tregua mientras hacen fuerza en una competencia o incluso celebran por la conquista tan anhelada. Recordemos al Atlético Nacional disputando la Copa Libertadores de 1989, mientras Medellín y otras ciudades eran el campo de batalla donde se libraban las guerras de los carteles contra el Estado o de los carteles entre sí. Cada triunfo de los verdes de Maturana era un aliciente y un renacer de la vida, a pesar de tener a la muerte como cotidiana compañía.
A esa búsqueda decidida y obcecada del Nacional por darles a los antioqueños un motivo de optimismo para vivir se fueron uniendo, poco a poco, los habitantes de distintas regiones, esas mismas que por tradición han jugado a la rivalidad que poco aporta a la unidad nacional, empezando por los nocivos estereotipos.“ El verde” terminó siendo, más que la esperanza de un Departamento, la de un país urgido de reconocimiento internacional. Al fin y al cabo, no han sido muchos los referentes que puedan
definir la colombianidad; o si los ha habido, corremos el riesgo de salir mal librados.
Y sobre la base de ese primer y no menos valioso antecedente, el fútbol colombiano dio un segundo paso cuando el mismo Francisco Maturana asumió la responsabilidad de luchar y soñar por nuestro retorno a un Mundial de Fútbol. Un banquete del cual recogíamos las sobras, como meros espectadores, desde hacía 28 años. Era la nueva oportunidad de pensar y actuar con espíritu de nación; por ello, el entonces triunfador antioqueño-chocoano armó una selección en la cual confluyeron exponentes representativos de distintas regiones, reconociendo el liderazgo de Antioquia, lo que otros, al pasarle al técnico el cobro de cuenta, denominaron“ la rosca paisa”.
En ese combinado había espacio para la alegría y potencia vallunas, para la disciplina y orden antioqueños, para la locura caribeña, para la dedicación cundiboyacense. Guardadas proporciones, era una muestra, aún opaca e incompleta, de la nación sin forjar que somos y a la que anhelamos darle presencia viva, a pesar de nuestros gobernantes. En pocas palabras, era un sueño arañando una realidad brumosa.
¡ Sí, sí, sí se puede!
Ese mismo sueño con visos de realidad, pasó a ser parte de nuestro ser colombiano, al lado de esas representaciones con profundo sabor a