ISBN 0124-0854
N º 133 junio de 2007
Pasternak y a Gorki, autores por quienes Hernán no siente excesivo entusiasmo; en cambio comparten su admiración por Goncharov, Andreiev, Leskov y Lermontov. Hablan de las tradiciones cosacas, de las tiranías de los zares, de Pedro I, de San Petersburgo, de la crueldad del pueblo ruso, de los Nicolases y las Catalinas. Natalia está orgullosa del ballet ruso; le basta, dice, con mirar un segundo a un bailarín para saber si es ruso o no; los bailarines franceses, americanos, alemanes no tienen esa gracia divina que los rusos poseen por el sólo hecho de ser rusos: ¿ y si no, cómo explicar que haya existido una Ana Pavlova o un Nijinsky?
Comparten su admiración por Chaliapin, se emocionan oyendo a Mussorgsky, Borodin, Stravinski y Rachmanninof; Hernán, sin embargo, desespera ante la indiferencia de Natalia por Tchaikovski. oyen música, el niño juega. Natalia le habla a veces en español, a veces en ruso. Kolia es un niño lindo y travieso. Ella lo llama Kolia cuando están solos o cuando Hernán está con ellos. Si hay alguien más lo llama Nico.
El muchacho crece, estudia, se gradúa como ingeniero. La noche en que Natalia muere, Hernán llama por teléfono a su casa y pregunta:“¿ Con quien hablo”? y el hombre le responde:“ Hola Hernán, te habla Kolia”.
Hernán cuelga el teléfono, está visiblemente emocionado.
* Iván Hernández. Escritor, traductor, editor, y profesor de literatura jubilado de la Universidad de Antioquia. Ha publicado las novelas De memoria y Las hermanas, y el libro El señor de la tienda y otras crónicas.
Poco después Hernán le cede el curso de literatura rusa.
A veces, comparten sus tertulias con el doctor Alonso Cortés, médico y políglota, quien toma clases de ruso con Natalia. Hernán y él hacen muy buena amistad, basada en el cariño mutuo hacia Natalia; además, seguramente, en la admiración que cada uno siente por la inteligencia del otro.
Por esa época, Nicolás, el hijo, está ya con
Natalia. Mientras Hernán y ella conversan y