Agenda Cultural UdeA - Año 2007 JULIO | Page 27

ISBN 0124-0854
N º 134 julio de 2007
Esta horrible punta de fundición no es curiosa más que por su altura. ¡ No nos bastan ya las mujeres enormes! Tras los fenómenos de carne, hete aquí los fenómenos de hierro. Eso no es ni bello, ni gracioso, ni elegante, es grande, eso es todo. Se diría la empresa diabólica de un calderero afectado de delirio de grandeza.
¿ Por qué esa torre, por qué ese cuerno? ¿ Para asombrar? ¿ Para asombrar a quién? A los imbéciles. Se ha olvidado ya que la palabra arte significa algo. ¿ Es acaso en una forja donde se aprende hoy arquitectura? ¿ No queda más mármol en las laderas de las montañas para hacer estatuas o intentar erigir monumentos?
Es cierto que los monumentos, desde hace medio siglo, no nos salen demasiado bien, y tal vez es mejor mostrar a los extranjeros esta locura de cíclope diciéndoles:“¿ Es bastante alta?”— lo que no podrán negar— que conducirlos ante nuestra Ópera nacional— que tiene el aspecto de un templo de cartón pintado, engullido por la terminal de un hotel— diciéndoles:“¿ Es bastante bello?”
Ese edificio coloreado, que pertenece al arte del lirio por su decoración y al arte lírico por su función, es seguramente uno de las más completas muestras de mal gusto monumental del mundo entero.
La arquitectura parece un arte desaparecido de Francia. Basta pasar un día por los alrededores de París para contemplar una tan odiosa colección de casas de campo ridículas, de castillos espantosos, de villas extravagantes, que la duda no es posible: hemos perdido el don de hacer belleza con las piedras, el misterioso secreto de la seducción por las líneas, el sentido de la gracia en los monumentos. Parecemos no comprender y no saber que la sola proporción de un muro basta para constituir algo bello, una obra de arte.
Sobre las playas, sea al norte, sea en el Midi, sea en Trouville, sea en Cannes, se encuentran las mismas muestras de gusto de jaula de canario que se ha apoderado del alma de nuestros arquitectos. No son más que torrecillas, campanarios, ornamentos imprevistos y extraños. Una de esas construcciones se parece a una pagoda, la otra a una fortaleza de la Edad Media coronada de almenas, aquella otra a un café-concierto tunecino, la otra a un corral de ópera cómica. El estilo oriental se funde familiarmente con el estilo finca en aparcería, el recuerdo de Pompeya fraterniza con el recuerdo de La Alhambra. Todo eso es horroroso, pretencioso, vanidoso, odioso. En Inglaterra, por el contrario, la pequeña casa de campo que se llama cottage es casi siempre encantadora en el exterior. Muchas son auténticas maravillas, de gusto sencillo y elegante al mismo tiempo. Debemos añadir, para ser justos, que el gusto se detiene en la