ISBN 0124-0854
N º 134 julio de 2007
La torre... ¡ vigilen!
Guy de Maupassant
Las exposiciones universales que se dan con periodicidad, como algunas epidemias, amenazan con convertirse para la Francia artística en unas calamidades nacionales. Serán todo lo buenas que se quiera, e incluso excelentes si no dejasen huellas, pero las dejan, y unas huellas que no se limpian. Tienen esas inestimables ventajas de hacer gastar el dinero a muchos franceses que pretenden con ello ganar mucho más a otros franceses que no lo tienen, de hacer entrar en nuestras fronteras el oro extranjero, de alentar las industrias para la venta y la emulación y de ser un testimonio de paz durante algunos meses.
Pero pagamos caro esas ventajas. La última celebrada ha depositado sobre la loma del Trocadero una especie de larga oruga monumental rematada con dos orejas desmesuradas, una horrorosa edificación que parece concebida por un pastelero pretencioso y soñador de palacios de postres de galletas y de azúcar cristalizado.
El interior de esta chuchería, que tiene la forma de un túnel, no habría podido servir más que para un juego de bolos si hubiese
sido recto. Como hace curva, se ha instalado allí un museo donde se exponen unos cingaleses conservados para hacer competencia a los cingaleses al natural del Jardín aclimatado.
Pero nos vemos amenazados con un horror todavía más temible. Desde hace un mes, todos los periódicos ilustres nos presentan la horrorosa y fantástica imagen de una torre de hierro de trescientos metros que se elevará sobre París como un cuerno único y gigantesco.
Este monstruo espantoso a la vista como una pesadilla, acosa el espíritu, asusta a las pobres personas inocentes que han conservado el gusto de la línea y de las proporciones de la arquitectura artística.