ISBN 0124-0854
N º 134 julio de 2007 nombres correspondientes a cosas naturales, tales como plantas y animales, pero también puntos cardinales o acontecimientos meteorológicos. A tales objetos de la naturaleza les era asignada una complicada trama de prescripciones y tabúes que los vinculaban místicamente a sus homólogos en la sociedad, y a la inversa. De este modo, el mismo enrejado que compartimentaba la sociedad en distintas agrupaciones— clanes, mitades, fratrías—, unidas entre sí por lo mismo que las separaba, proyectaba sus propias divisiones y nudos a la globalidad del universo. ubicarse en un esquema clasificatorio constituido por distinciones que, a su vez, denotaban afinidades sociales, ya fueran familiares, étnicas, de clase, de formación académica, de profesión, de edad, de inclinación sexual, etc. Sólo que tal constatación vale, en efecto, para la construcción coral de ese espacio objetivo que es todo espacio social, espacio de interacciones entre seres que se toman en cuenta a partir de la representación que hacen de sí mismos y cómo interpretan la representación que los demás hacen, a su vez, de ellos mismos.
Las sociedades modernizadas contemporáneas no han visto desmentidas las intuiciones de la escuela de L’ Année Sociologique sobre los esquemas taxonómicos y su valor determinante en la construcción social de la realidad. Entre otros teóricos que han advertido de esta persistencia de las tabulaciones clasificatorias en nuestra sociedad, destaca Pierre Bourdieu, quien ha puesto de manifiesto cómo los gestos más automáticos e insignificantes pueden brindar pistas sobre la identidad de quien los realiza y el lugar que ocupa en un espacio social estructurado. Bourdieu daba en el clavo cuando establecía que los encuentros más azarosos y espontáneos entre sujetos estaban orientados por la percepción de indicadores objetivos a veces sutiles— aspecto personal, vestimenta, peinado, acento, gustos—, a partir de los cuales los interactuantes podían
Otra cosa es que el espacio público sea realmente, como pudiera antojarse demasiado precipitadamente, un espacio social, al menos en el sentido más canónico que suele darse a tal noción. Así, la definición de Georges Condominas establece que“ el espacio social es el espacio determinado por el conjunto de sistemas de relaciones, característico del grupo considerado” 1. Esa definición resulta sólo relativamente adecuada al marco de un espacio público definible por la proliferación de marañas relacionales, compuestas de usos, componendas, impostaciones, rectificaciones y apañas que van emergiendo sobre la marcha y en los que late un microorganismo social secretamente inteligente, pero automático, sin alma. No hay en ese paisaje un conglomerado humano coherente, a no ser que el grupo del que se esté hablando no se parezca en nada a las estructuras cristalizadas estudiadas