ISBN 0124-0854
N º 134 julio de 2007
Prefirió entonces no hacerse tan evidente en el barrio, ni frecuente en su propia casa, de la que no le gustaba prácticamente nada, más que todo la falta crónica de comida en la nevera. Que ni nevera era. Se les había dañado, y como no tenían con qué mandarla a reparar la usaban como alacena. No recuerda ninguna ocasión en que haya quedado lleno, siempre se acostó con hambre. En su casa sólo había algo para echarle a la sopa los días en que su madre trabajaba. En ese entonces, y todavía, ella trabajaba como empleada en casas de familia, no más de tres o cuatro días a la semana.
En las mañanas Cristian asistía a la escuela más cercana( diez cuadras falda abajo), donde por lo menos tenía el desayuno asegurado. Por las tardes solía colarse en los buses que iban para el centro de Medellín, en un principio con un vecino y después solo. El almuerzo lo tenía con los chutes que pedía en los restaurantes, y la plata se la rebuscaba con las chocolatinas y galletas que un señor le soltaba para que vendiera en los buses y los semáforos. A las siete de la noche cambiaba las monedas por billetes, le devolvía el plante al señor, y regresaba a la casa. A su madre le entregaba la mitad de las ganancias( la otra
mitad él se la quedaba para gastar al otro día en la escuela), y a veces le llevaba algo de comida; lo que, en justicia, debió haberle granjeado cierto estatus de „ hombre de la casa ‟. Pero no, su madre igualmente le gritaba y le pegaba, sobre todo cuando se emborrachaba.
Pero una noche( ya tenía diez años cumplidos) decidió no regresar, probar vivir por su cuenta, en la calle. Su mayor mortificación era, desde luego, pasar la noche a la intemperie. Le aterraba tener que dormir en una acera solo, y ninguno de los otros vagabundos le inspiraba la suficiente confianza como para dormir a su lado. Para colmo, esa primera noche llovió e hizo frío. Entonces se las ingenió: se montó al último bus de la ruta de Itagüí, y al llegar a la Terminal se escondió a dormir en la banca de atrás. Así pasó la primera noche fuera de su casa.
La segunda noche repitió el ardid con otra ruta de bus, y también le dio resultado. Y así siguió, unas veces con final doloroso porque de madrugada el conductor del bus lo descubría y lo echaba a los estrujones; y otras con final inconcluso porque lo descubrían antes de poder dormirse y entonces tenía que