Buenas tardes
ISBN 0124-0854
N º 129 Febrero de 2007 existía en la afiebrada imaginación de Ximénez, de donde lo había sacado para resolver el problema de la escasez de noticias cuando ― La espuela de la neurastenia se hinca en la carne desnuda de la ciudad cuando la lluvia y el frío insistentes decoran el ambiente ‖, según lo expresara el cínico reportero en una de sus notas. Es decir, cuando en su crónica judicial se veía abocado a ― dar lata, con dos o tres casitos minúsculos, que fueron los únicos que ayer se registraron ‖, adornaba su nota con alguna incursión de Rascamuelas.
Fruto de la Ximenidad también fue don Rodrigo de Arce, el vate preferido de los suicidas que se arrojaban en el Salto del Tequendama. Por aquella época, a mediados de los años treinta, casi todos los suicidas dejaban en ― la piedra de los suicidas ‖ alguna chaqueta o abrigo, el cual contenía en uno de sus bolsillos unos versos pintorescos de Rodrigo de Arce que explicaban la causa de su determinación. Por supuesto, los versos eran fruto de Ximénez, o de su heterónimo don Rodrigo, que según el cronista era un coronel del ejército ecuatoriano, héroe de guerra, el cual en su retiro había venido a buscar sosiego a Colombia; en este heterónimo, Ximénez consumó la vejez que él mismo no conoció. Tanto se institucionalizó este nombre en el país, que desde 1944 y hasta su muerte, en El Espectador apareció una columna diaria firmada por don Rodrigo de Arce.
Buenas tardes
Desde hacía unos trece años, en El Tiempo uno de los compañeros de Ximénez, Fray- Lejón, publicaba una columna diaria titulada Buenos días, en la que hacía su comentario versificado sobre los temas más destacados de la actualidad. Pues bien, Ximénez decidió que él también podía hacer lo mismo para El Espectador, y como no se trataba de disimular, la columna se llamó Buenas tardes, nombre que encajaba muy bien en el diario entonces vespertino, y la firmó como Rodrigo de Arce. El mismo Fray-Lejón desde su columna recibió con alborozo la columna de Ximénez, y de pasó expresó su admiración por el ingenio del cronista.
Esta columna refleja varias particularidades de Ximénez. La primera, su ingenio, su capacidad de versificador y su proximidad con la picaresca. La segunda, su agilidad para escribir, el vigor de su prolífica pluma y su versatilidad: era capaz de hacer una columna diaria en verso y en tono picaresco para El Espectador, otra en prosa y en tono serio para El Tiempo, titulada Babel del día, la cual escribía desde 1939, más las crónicas y reportajes que escribía para El Tiempo y para otros periódicos y revistas. La tercera, el raro caso de un periodista que escribe de manera simultánea dos columnas distintas diarias para los dos más importantes periódicos colombianos. Los términos del acuerdo entre