Agenda Cultural UdeA - Año 2007 DICIEMBRE | Page 18

ISBN 0124-0854
N º 139 Diciembre de 2007

Felicidad, infelicidad

Marguerite Yourcenar
Es tarde. El aparcamiento de abajo está casi vacío. Las luces son escasas, y la torre Eiffel en miniatura que hay al fondo, equivalente, en el sentido opuesto, a las japoneserías del siglo
XIX en Europa, ya no tiene más que una puntita roja en la cúspide. En esta habitación trivial, sin lazo alguno con el pasado ni con el porvenir( y por esa razón se es más uno mismo), en medio de un día o de una noche cualquiera, ocurre este milagro de repente, esa gracia que a veces desciende: no un instante de felicidad, pues la felicidad no se cuenta por instantes, sino la conciencia repentina de que la dicha habita en nosotros. Los objetos que componen la vida, dispuesta de pronto con un orden distinto, vuelven hacia nosotros su rostro lleno de sol. Arrebato del espíritu y de los sentidos( Baudelaire no se equivocó), levitación durante la cual el alma flota como en una nube de oro. Del mismo modo que, cuando vamos en avión, las formidables nubes, bajo las cuales se ahoga la tierra, se convierten, por debajo de nosotros, en deslumbrantes glaciares blancos y azules. Felicidad pura que, en otros momentos, podría ser pura desgracia. Bastaría con que los mismos elementos volvieran hacia nosotros su
faz sombría. En ambos casos hay plenitud, pero la de la felicidad es solar. La torre Eiffel auténtica y su imitación de Tokio no son más que un decorado bajo el cual subsiste el caos. Pero la felicidad, cuando sobreviene, da brevemente un sentido a las cosas: una parcela, al menos, se siente liberada, salvada. En la desgracia, si es que uno lo consigue, el valor ocupa el lugar del sol.
* Marguerite Yourcenar en: Una vuelta por mi cárcel, traducción de Emma Calatayud, Madrid,
Alfaguara, 1993, pp. 85-88.