Agenda Cultural UdeA - Año 2007 ABRIL | Page 8

ISBN 0124-0854
N º 131 Abril 2007 de
Así como hay en la música acordes que nos conmueven, hay también acordes de color que revelan cómo nuestro espíritu convive y resuena con las cosas, con su textura, con su inmediata apariencia visual.
Nuestro más íntimo texto sensorial es visual: somos capaces de tocar con la vista, siempre supimos palpar con la mirada, y hasta sabemos establecer nexos auditivos con lo que vemos. Estamos convencidos de que hay delicadas, suaves, peligrosas e irrepetibles formas del mundo que nuestros ojos anuncian, pero que sólo las manos podrán concretar. Ante ellas surge la antigua prohibición: ver y no tocar. He ahí el inicio de las más deliciosas tentaciones que el ojo inaugura; el ojo, el que abre mundos, el que nos insinúa sus más deliciosos secretos. Y uno de ellos, tal vez el más antiguo, el más hermoso, el color.
IV
¿ Qué es un color? ¿ Independiente de nuestra experiencia sensorial, la que sólo nos muestra lo que podríamos llamar el color diario de las cosas— aquel que, con Proust, es apenas el de la costumbre— es posible definir el verdadero color de las cosas? ¿ Podría incluso alguna ciencia, algún pensamiento preciso, describir sus cambios impredecibles, su aparente permanencia, su cotidiana e irreductible constancia? ¿ Es acaso posible fabricar una imagen precisa, una teoría, alguna forma de ensayo, que asegure que más allá de los cambios aparentes, variables con el día impreciso y novedoso— o con mi ánimo voluble— hay un auténtico color de las cosas del mundo?
“ Nada hay más triste que ser ciego en Granada”. Esta frase, que en aquella ciudad insinúa dar limosna a un ciego como compensación a su condición, nos confirma las glorias de la vista; sugiere que ver es un especial privilegio, pues nos sitúa frente al mundo concebido como una ciega voluntad estética.
Cierto es que nada hay más triste que un ciego en La Alhambra.
Hemos inventado una teoría que nos asegura que por encima de toda apariencia, es decir de toda provisionalidad sensorial, hay una forma de describir con precisión aquello que objetivamente es el fundamento de nuestras sensaciones de luz y de color. Una disciplina nacida en Grecia e inspirada en la graciosa belleza de su geometría y cuyos logros descriptivos antecedieron incluso a la física galileana, pero que sólo hizo parte de una imagen física del mundo a mediados del siglo
XIX. En ese momento la teoría de Maxwell