ISBN 0124-0854
N º 131 Abril 2007 de diversas luces del mundo tiene ojos atentos para ver desde su espíritu, y como entonación de sus emociones, a ese ser aparentemente único que cambia con la reverberación de una emoción, o con el cambio del“ aire”.
¿ Es en verdad posible ver el mar— único y objetivo mar—, atestiguar su verdadero color, su tonalidad inmanente, o más bien, puesto que su color depende también de los más imprevisibles accidentes meteorológicos, habremos de convivir con la consoladora aunque clara conclusión de que cada cosa está siempre coloreada en consonancia con el cielo bajo el cual miramos? Hasta podríamos suponer que el color del mundo tiene un acuerdo con el cielo bajo el cual se le mira; lo que nos llevaría a ascender desde la poética imagen del cristal con que miramos el color de las cosas, hacia la alta idea de que el firmamento de cada día, con sus altas nubes, sus cúmulos, sus cirros o sus nubes de tormenta, o su limpidez azul de aparente inocencia, es el que decide el color del mundo en que nos inventamos; color que tantas veces es la esencia de nuestra ánima, de nuestra elemental tristeza y de muchas de nuestras dichas. El color de nuestro ánimo matutino se pinta de cielo. ¡ Cuántas veces en el color de un cielo de amanecer adivinamos el futuro de nuestro día incipiente!
Cada vez que asistimos al espectáculo del mundo adivinamos que algo en él nos representa, pues él es nuestro espejo. Navegamos los días de nuestra vida, cada uno cargado de los ocultos presagios de un cielo que sólo nos anuncia a nosotros mismos; cada nube oscura es sólo nosotros, también cada claridad. Muy dentro seguimos siendo, más allá de la simple voluntad, fieles a la alianza que hace de nosotros una parte no trivial del mundo, alianza que asegura que todo en él nos adivina; la que ratifica que somos aquella parte de las cosas que se resiste sin duda a la inercia. Pues no somos sólo parte del mundo: somos su espíritu.
El color de las cosas invade nuestra íntima esencia. Todo nos dice que desde nuestra carne hasta nuestro espíritu somos unidad irrevocable con lo que vemos: somos sin remedio parte de la luz y de cada cosa del Universo.
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