ISBN 0124-0854
N º 131 Abril 2007 de divina. Entendiendo por dimensión divina la del conocimiento revelado, sea por Dios o simplemente por la conciencia de uno. 11
Lo anterior es razonable, pero Snow tenía razón y se quedó corto. A comienzos del siglo
XXI, la incomunicación no solo divide a científicos y humanistas. Ahora engloba a todos. En la vertiente humanista, los filósofos de la ciencia no sólo no entienden a los científicos, sino que, además, no se comunican con otros filósofos. Los poetas no se relacionan con los historiadores y los lingüistas raramente con los músicos. Por el lado de la ciencia, los astrónomos no entienden a los biotecnólogos y los matemáticos son incomprensibles para todo otro científico. La especialización ha dividido a todos en tribus de incomprensión mutua. En verdad existen n culturas, tantas como disciplinas finamente divididas.
A pesar de ello, es muy seria y fundamental la fisura( o el abismo) interior de la mayoría de los individuos. Porque hoy en día es muy difícil ver la vida tranquilamente, o verla entera. Ningún humanista en la actualidad deja de estar afectado por las concepciones científicas y las actitudes científicas; diariamente usa y depende de una vasta acumulación de experiencia que es virtualmente imposible interpretar por medio de las estructuras conceptuales humanísticas tradicionales. Con demasiada frecuencia se enfrenta a este problema adoptando un incómodo y equivocado aire de superioridad o retrayéndose en un cultivo sentimental y romántico del sentimiento, como opuesto a los hechos. 12
Así pues, en una valoración rápida, la ciencia y la literatura sirven a dos divinidades contrarias: la inteligencia y las emociones. Esta visión— aunque parcial y burda— tiene cierto fundamento: el escritor se ocupa de conmover con mundos imaginados; el científico, de descifrar el mundo real. Sin embargo, las grandes obras literarias dirigen miradas profundas a la realidad, y los grandes avances científicos redefinen los límites de la imaginación, de manera que es concebible que las dos disciplinas, en un sentido amplio, se intersecten.
Ahora bien, la cuestión de esta intersección es la que convoca a estas reflexiones y, brevemente, se debe señalar que una cosa es la escritura científica y otra la divulgación científica. Bien se sabe que desde sus inicios la ciencia moderna ha erigido cercas de toda índole para crear un escudo general que proteja sus principios y estatus privilegiados. Precisamente, uno de esos elementos es el denominado lenguaje científico; para ello ha desarrollado su propio lenguaje, alejada de las servidumbres de otros ámbitos, esencialmente del lenguaje coloquial y del lenguaje artístico o literario. En comparación con ellos, el lenguaje de los científicos se precia de preciso, transparente e impersonal. Preciso porque se vincula de forma directa con los objetos o conceptos; transparente porque no obstaculiza la comprensión con elementos distorsionadores; e impersonal porque carece de estilo, porque no le interesa el sujeto que lo utiliza sino un ente universal: la ciencia.
Frente a lo anterior, autores como David Locke señalan:“ No sostengo que cualquier documento científico se lea de la misma manera por cualquier lector, pero considero que todo texto científico debe ser leído, que es escritura, no una taquigrafía verbal privilegiada, portadora de una verdad científica pura y simple.” 13