ISBN 0124-0854
N º 127 Noviembre de 2006 danza y juerga , de comunión y comilona con lo más antiguo y secreto de México . El tiempo deja de ser sucesión y vuelve a ser lo que fue , y es , originariamente : un presente en donde pasado y futuro al fin se reconcilian .
Pero no bastan las fiestas que ofrecen a todo el país la Iglesia y la República . La vida de cada ciudad y de cada pueblo está regida por un santo , al que se festeja con devoción y regularidad . Los barrios y los gremios tienen también sus fiestas anuales , sus ceremonias y sus ferias . Y , en fin , cada uno de nosotros — ateos , católicos o indiferentes — poseemos nuestro santo , al que cada año honramos . Son incalculables las fiestas que celebramos y los recursos y tiempo que gastamos en festejar . Recuerdo que hace años pregunté a un presidente municipal de un poblado vecino a Mitla : “¿ A cuánto ascienden los ingresos del municipio por contribuciones ?”. “ A unos tres mil pesos anuales . Somos muy pobres . Por eso el señor gobernador y la Federación nos ayudan cada año a completar nuestros gastos ”. “¿ Y en qué utilizan esos tres mil pesos ?” “ Pues casi todo en fiestas , señor . Chico como lo ve , el pueblo tiene dos santos patrones ”.
Esa respuesta no es asombrosa . Nuestra pobreza puede medirse por el número y suntuosidad de las fiestas populares . Los países ricos tienen pocas : no hay tiempo , ni humor . Y no son necesarias ; las gentes tienen
otras cosas que hacer y cuando se divierten lo hacen en grupos pequeños . Las masas modernas son aglomeraciones de solitarios . En las grandes ocasiones , en París o en Nueva York , cuando el público se congrega en plazas o estadios , es notable la ausencia de pueblo : se ven parejas y grupos , nunca una comunidad viva en donde la persona humana se disuelve y rescata simultáneamente . Pero un pobre mexicano , ¿ cómo podría vivir sin esas dos o tres fiestas anuales que lo compensan de su estrechez y de su miseria ? Las fiestas son nuestro único lujo ; ellas substituyen , acaso con ventaja , al teatro y a las vacaciones , al week end y al cocktail party de los sajones , a las recepciones de la burguesía y al café de los mediterráneos .
En esas ceremonias — nacionales , locales , gremiales o familiares — el mexicano se abre al exterior . Todas ellas le dan ocasión de revelarse y dialogar con la divinidad , la patria , los amigos o los parientes . Durante esos días el silencioso mexicano silba , grita , canta , arroja petardos , descarga su pistola al aire . Descarga su alma . Y su grito , como los cohetes que tanto nos gustan , sube hasta el cielo , estalla en una explosión verde , roja , azul y blanca y cae vertiginoso dejando una cauda de chispas doradas . Esa noche los amigos , que durante meses no pronunciaron más palabras que las prescritas por la indispensable cortesía , se emborrachan juntos , se hacen confidencias , lloran las mismas