ISBN 0124-0854
N º 127 Noviembre de 2006 pretensiones y la convierte en lo que es : unos huesos mondos y una mueca espantable . En un mundo cerrado y sin salida , en donde todo es muerte , lo único valioso es la muerte . Pero afirmamos algo negativo . Calaveras de azúcar o de papel de China , esqueletos coloridos de fuegos artificiales , nuestras representaciones populares son siempre burla de la vida , afirmación de la nadería e insignificancia de la humana existencia . Adornamos nuestras casas con cráneos , comemos el Día de los Difuntos panes que fingen huesos y nos divierten canciones y chascarrillos en los que ríe la muerte pelona , pero toda esa fanfarrona familiaridad no nos dispensa de la pregunta que todos nos hacemos : ¿ qué es la muerte ? No hemos inventado una nueva respuesta . Y cada vez que nos la preguntamos , nos encogemos de hombros : ¿ qué me importa la muerte , si no me importa la vida ?
El mexicano , obstinadamente cerrado ante el mundo y sus semejantes , ¿ se abre ante la muerte ? La adula , la festeja , la cultiva , se abraza a ella , definitivamente y para siempre , pero no se entrega . Todo está lejos del mexicano , todo le es extraño y , en primer término , la muerte , la extraña por excelencia . El mexicano no se entrega a la muerte , porque la entrega entraña sacrificio . Y el sacrificio , a su vez , exige que alguien dé y alguien reciba . Esto es , que alguien se abra y se encare a una realidad que lo trasciende . En un mundo intranscendente , cerrado sobre sí mismo , la
muerte mexicana no da ni recibe ; se consume en sí misma y a sí misma se satisface . Así pues , nuestras relaciones con la muerte son íntimas — más íntimas , acaso , que las de cualquier otro pueblo — pero desnudas de significación y desprovistas de erotismo . La muerte mexicana es estéril , no engendra como la de los aztecas y cristianos .
Nada más opuesto a esta actitud que la de europeos y norteamericanos . Leyes , costumbres , moral pública y privada , tienden a preservar la vida humana . Esta protección no impide que aparezcan cada vez con más frecuencia ingeniosos y refinados asesinos , eficaces productores del crimen perfecto y en serie . La reiterada interrupción de criminales profesionales , que maduran y calculan sus asesinatos con una precisión inaccesible a cualquier mexicano ; el placer con que relatan sus experiencias , sus goces y sus procedimientos ; la fascinación con que el público y los periódicos recogen sus confesiones ; y , finalmente , la reconocida ineficacia de los sistemas de represión con que se pretende evitar nuevos crímenes , muestran que el respeto a la vida humana que tanto enorgullece a la civilización occidental es una noción incompleta o hipócrita .
El culto a la vida , si de verdad es profundo y total , es también culto a la muerte . Ambas son inseparables . Una civilización que niega a la