ISBN 0124-0854
N º 127 Noviembre de 2006 alimentos sintéticos , es también el siglo de los campos de concentración , del Estado policiaco , de la exterminación atómica y del Murder Story . Nadie piensa en la muerte , en su muerte propia , como quería Rilke , porque nadie vive una vida personal . La matanza colectiva no es sino el fruto de la colectivización .
También para el mexicano moderno la muerte carece de significación . Ha dejado de ser tránsito , acceso a otra vida más vida que la nuestra . Pero la intranscendencia de la muerte no nos lleva a eliminarla de nuestra vida diaria . Para el habitante de Nueva York , París o Londres , la muerte es la palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios . El mexicano , en cambio , la frecuenta , la burla , la acaricia , duerme con ella , la festeja , es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente . Cierto , en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de los otros ; mas al menos no se esconde ni la esconde ; la contempla cara a cara con impaciencia , desdén o ironía : “ si me han de matar mañana , que me maten de una vez ”.
La indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida . El mexicano no solamente postula la intranscendencia del morir , sino del vivir . Nuestras canciones , refranes , fiestas y reflexiones populares manifiestan de una
manera inequívoca que la muerte no nos asusta porque “ la vida nos ha curado de espantos ”. Morir es natural y hasta deseable ; cuanto más pronto , mejor . Nuestra indiferencia ante la muerte es la otra cara de nuestra indiferencia ante la vida . Matamos porque la vida , la nuestra y la ajena , carece de valor . Y es natural que así ocurra : vida y muerte son inseparables y cada vez que la primera pierde significación , la segunda se vuelve intranscendente . La muerte mexicana es el espejo de la vida de los mexicanos . Ante ambas el mexicano se cierra , las ignora .
El desprecio a la muerte no está reñido con el culto que le profesamos . Ella está presente en nuestras fiestas , en nuestros juegos , en nuestros pensamientos . Morir y matar son ideas que pocas veces nos abandonan . La muerte nos seduce . La fascinación que ejerce sobre nosotros quizá brote de nuestro hermetismo y de la furia con que lo rompemos . La presión de nuestra vitalidad , constreñida a expresarse en formas que la traicionan , explica el carácter mortal , agresivo o suicida , de nuestras explosiones . Cuando estallamos , además , tocamos el punto más alto de la tensión , rozamos el vértice vibrante de la vida . Y allí , en la altura del frenesí , sentimos el vértigo : la muerte nos atrae .
Por otra parte , la muerte nos venga de la vida , la desnuda de todas sus vanidades y